Siempre me ha parecido completamente infértil el debate acerca de la supuesta autenticidad de cielo sordo dentro de la escena del black metal, o mirada negrasi queremos ceñirnos a los términos más específicos. Desde que las principales cabeceras de la prensa musical independiente más “culturetas” les puso en el punto de mira con la publicación de bañista (13)-aún en su intensidad, bastante menos exigente que su debut Caminos a Judá (2011)- los fans más radicales del género pusieron en tela de juicio la supuesta honestidad de la banda dando a entender que su propuesta iba dirigida a una audiencia moderna e independiente alejada de los cánones que, desde su punto de vista, debieran acompañar al género.
En mi opinión, como comentaba al inicio de esta reseña, es totalmente accesoria y caprichosa esta categorización. Aquí lo que cuenta son, y siempre serán, las canciones y la valía artística de cada banda, algo de lo que los de San Francisco van completamente sobrados (baste asistir a uno de sus colosales conciertos para despejar cualquier atisbo de duda).
Desde aquella eclosión, su sonido ha ido evolucionando, adquiriendo unas dosis perfectamente compensadas entre violencia y emotividad con la que para mí es su gran obra maestra, Amor humano corrupto y ordinario (2018). El que hasta la fecha había sido su último paso artístico, Granito Infinito (2021), había activado las luces de alerta en su parroquia; demasiado zapato y prácticamente ni gota de metal y de ese timbre vocal capaz de matar a cualquier ser humano no preparado que gasta su brutal vocalista George Clarke.
Gente solitaria con poder (2025) supone un frenazo en seco a esta deriva y nos devuelve a los cielo sordo más reconocibles y violentos, diría, hasta la fecha. Un trabajo que no hace prisioneros; un auténtico hazaña de fuerza por las oquedades más recónditas de nuestra alma; una explosión de vísceras en plena cara. Sus adelantos, la rasposa y crudísima “Magnolia” y la demencialmente incisiva “Doberman” nos lo habían dejado del todo claro. En esta categoría, cabe añadir ahora la brutalidad desatada de “Revelator”.
El leitmotiv de la obra lo encontramos en estos alegatos desesperados para describir el mundo falsamente interconectado en el que vivimos y que alberga en su interior el cáncer devorador del aislamiento personal más salvaje que hubiéramos llegado tan siquiera a imaginar. El punto de fuga hacia la luz lo encontraríamos en esa esperanza opaca que se aloja tras el esfuerzo, la disciplina y la fuerza interna que queda en nosotros para revelarnos frente a esta situación. La tremenda poesía henchida de negrura que alberga la plegaria desesperada de “Amethyst” podría ser el mejor ejemplo para retratar esta idea.
Entre el amasijo triturador de riffs y de dobles bombos lanzados a un ritmo trepidante y de compleja estructura, surgen también canciones poseedoras de esa emotividad maldita dirigida a las almas que anhelan un descanso en su lucha constante. En este caso, el ejemplo más palmario es la colosal “The garden route”, una de las canciones más obsesivas, penetrantes y purificadoras del año para quien les escribe. Otros monumentos a la belleza más evocadora en mitad de la tormenta viene de la mano de “Winona” y el colofón que supone “The Marvelous Orange Tree”.
Como curiosidad, cabe destacar las participaciones casi a nivel palabra hablada de Jae Matthews (Chico más duro) y Pablo Bancos (Interpol), ambos miembros de bandas que quizá no tengan mucho que ver estilísticamente con cielo sordopero sí desde luego a nivel espiritual.
Granítico ejercicio redentor que reconciliará a toda su legión de seguidores y que, a lo mejor, también sirva de refugio a las ánimas desamparadas que todavía perviven en este planeta deshumanizado.
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