Aliento y furia de la metáfora transformadora


Foto Diego Izquierdo
Foto: Diego Izquierdo.

«El deber del escritor, del poeta, no es ir a encerrarse cobardemente en un texto… sino al contrario, salir afuera, para sacudir, para atacar a la conciencia pública…”Antonin Aratud

El periodista y escritor Enrique Symns nació el 2 de enero de 1946 en Lanús, provincia de Buenos Aires, y murió el jueves 16 de marzo del 2023 a los 77 años de edad. Figura y emblema de la contracultura argentina durante los años ’80 y ’90, Symns fue cultor de un periodismo inteligente y ácido a la vez. Trabajó en diferentes medios: fue redactor del diario «La voz» en 1982, de «Clarín» en 1983, y en 1988 del diario «Sur». Siempre dentro del campo del periodismo gráfico, su presencia aportó una cuota innovadora en revistas como «Eroticón», «Fin de siglo» – dirigida por Vicente Zito Lema, en la cual tuvo origen, en forma de suplemento, la ya mítica y desaparecida revista «Cerdos&Peces», que luego cobró una autonomía propia dejando hasta el presente una impronta difícil de superar en cuanto al desarrollo de un estilo marginal, despojado de máscaras y convencionalismos. Fugaz vida tuvo «El Cazador» – sólo existen dos números, difíciles de hallar -, también fundada y dirigida por Symns. Y finalmente, utilizó su corrosiva pluma en «La Maga», durante finales de los años ‘90. Luego partió hacia Chile, donde creó la revista «The Clinic».

Enrique Symns también editó libros como «Ñan Fri Fruli Fali Fru – Los Redondos» junto a Horacio González, Luis Chitarroni, Carlos Polimeni y otros autores (1992), «Invitación al abismo», selección y prólogo de Fito Páez, «La vida es un bar», editorial de Cuarto Propio, Santiago de Chile (2000), y un libro que reúne cien poemas de Charles Bukowsky.

Entre los muchos temas que inquietaban a Symns pude profundizar uno charlando con él: La vinculación entre poder y rock, entendiendo a éste último como una expresión, además de musical, socio-cultural.

Symns me dijo en una entrevista publicada en los años 2000 en la revista La Tecl@ Eñe, que en el caso del Rock and Roll ligado a la palabra Poder, debe establecerse una diferenciación epistemológica, porque poder tiene dos acepciones: como verbo y como sustantivo. Podemos, entonces, hablar de impotencia o de no poder. Esa diferenciación epistemológica, completa Symns, implica que el poder como verbo tiene mucho que ver con el Rock and Roll; el rock es un resucitamiento de la violencia, que viene de los negros y que penetra en Occidente, a través de, por ejemplo, Elvis Presley; entonces todo Occidente se contornea con ese bamboleo. Según Enrique Symns esos bamboleos eran violencia y eran también poder porque le quitaban la impotencia a la gente. Con la llegada de Los Beatles la gente salió del letargo porque los cuatro de Liverpool pusieron el poder en verbo. Así la palabra poder se transforma en poder en sí, en poder que luchaba contra el poder como sustantivo, concluye Symns.

Symns deslizó en la entrevista que cito, la idea de que cuando se mezcló el verbo poder con el Poder, es decir, cuando comenzó a mirarlo y terminó captándolo, produjo una suerte de congelamiento que se manifiesta en el rock en cuanto expresión de la cultura popular. Para decirlo con sus palabras: El arte está en movimiento mientras pareciese que  la cultura convierte en historia cada vez más rápidamente las cosas. Es decir que la cultura corre el riesgo de convertirse en un museo en el cual se exhiben meras cosas, ya despojadas de movimiento… con lo cual podría hablarse de una sacralización del rock que Symns vinculó, honrando algunas raras excepciones, como el nacimiento, en esa sacralización, de la Iglesia Católica del Rock and Roll; al respecto Symns me contó en el sótano del bar “El mirador Cultural” de San Telmo, que funcionó como una suerte de última redacción de Cerdos&Peces, que ese rito bestial tan similar al rito de una secta muy antigua, se puede percibir en el hecho de ver a un tipo arriba de un escenario cantando lo que una multitud le pide que cante, repitiendo canciones, ofreciendo su producto vil de consumo. Todo muy bien producido, con lo cual queda como plasmada en el inconsciente colectivo la idea de que el rock era lo más parecido al poder que habían perdido los poetas y los actores, y que misteriosamente, habían recuperado los músicos, los cantantes. El primero que sospechó sobre esto fue Eric Clapton, que dijo una frase que siempre recuerdo: «La culpa de toda esta porquería la tienen John Lennon y Bob Dylan, porque le hicieron creer a la gente que nosotros somos alguien que podemos hablar de algo».

Aliento

“Pero sin modificación sustancial alguna de la energía el rock es puro aliento. Quiero decir: en una época, ir a un recital de rock era en realidad como en las películas: La música era un elemento, pero en el recital ocurrían – se daban, pasaban – modificaciones. Uno estaba dentro del recital y le ocurrían cosas; el cambio se ejercía en uno. En los eventos de rock todos tienen que decir lo mismo, oír lo mismo, y el peor de los cantos que se escucha es ese terrible que dice «es un sentimiento, no puedo parar». Detengámoslo epistemológicamente y es: es un sentimiento, que significa miento, es decir, un sentir fingido. Sigamos: no lo puedo parar, porque es paralítico. Este canto se puede aplicar, para poner un ejemplo, en un mitin político, o en un recital de Ludovica Squirru. ¿Por qué no? Esa uniformización es nazi.”

La repregunta cayó de maduro ante la sentencia de Symns:

-¿Cómo se manifiesta esa uniformización nazi?
– Creo que cada persona es como huellas digitales diferentes. Somos tan distintos, tan completamente diferentes, que para poder asimilarnos tendríamos que hacer, no sé, una revolución. Nadie escribe, ni hace o canta, por lo mismo. Parecía que en el rock esto se notaba, digo parecía. Trasladémonos al underground. A mí siempre me gustó lo chico, los recitales pequeños, pero con el tiempo en lo chico o pequeño se nota, por la disposición de los músicos en el escenario, que apuntan hacia allá arriba, apuntan rápidamente al poder, que congela un evento y lo trasforma en objeto de consumo. Cambiemos, ahora, la palabra. En lugar de underground hablemos de upground, que expresa el sentido o la idea de «levántate». Subsiste siempre un error en el hecho de discutir si el margen o el centro. Pero, ¿el margen o centro de qué? En un árbol, por ejemplo, el centro permanece más inmutable. Los cambios que se van a producir, se dan a través de las membranas externas. Bueno, yo llamo el underground a lo más estándar en un cuerpo vivo, suponiendo que exista un cuerpo vivo. Es aquello que, curiosamente, antes se componía de los locos, los poetas, los guerreros que surgían de esa zona. Toda la porquería surgía de esa zona, desde lo mejor a lo peor surgía de ahí. Por otra parte, todo lo que surgía del centro era siempre lo mismo. No importa quién es Napoleón, o quién Stalin, siempre surgían del centro mismo del poder. Nacían siempre de una continuidad sacerdotal.

Wagner y Bakunin

La charla, la conversación, fue adentrándose en la relación entre rock y poder; como una piedrita arrojada a un lago, el tema de ese vínculo se transformó en la ampliación del círculo que en cada expansión planteaba temas aleatorios en cuanto al rock: ¿Queda algo de contestatario, de rebeldía, en el rock? Symns me contó entonces una anécdota: Le estaba haciendo un reportaje a Juan Carlos Baglieto durante la dictadura de Viola. Le pregunto sobre el régimen, y un chiquito de anteojos viene corriendo desde lejos y dice: permiso, puedo decir algo. Yo no sabía quién era y le dije que sí. Entonces empezó a putear a los militares. Aquel muchacho era Fito Páez. El nunca cambió. Es el único tipo que siempre puteó contra los militares, y contra Menem y toda la casta política. Yo digo que hoy, esta actitud se ha vuelto un ejercicio más fácil de realizar. El rock es cobarde. Los músicos de rock son seres tan insensatos y tan egocéntricos. La música aquí está tan dispersa que una de las discusiones que tuvo lugar dentro del underground fue si alguna vez no había que comprar siete mil guitarras y repartirlas entre la gente. Wagner discutió esto con Bakunin. Wagner dijo: «Yo estoy destruyendo la música», y cuando se planteó esto argumentó que las construcciones que él estaba elaborando las realizaba para que la gente no tocase más música. Entonces, esto es lo más grave, porque las cosas deben ser devueltas; la música debe ser devuelta a la gente. Cualquier lenguaje en poder de pocos, es temiblemente peligroso. Esto es lo que quiso decir Wagner cuando maldijo la música.

Cerca de la revolución

“El rock nunca intentó ser revolucionario. Lo creímos en un momento. Había muchas revoluciones para hacer. Yo creo que sigue habiendo una revolución a desarrollar en la pareja, en la vida cotidiana. Si uno no es capaz de alterar su casa, no puede alterar su cuadra. Si uno es un punk y después va al banco a trabajar, la palabra va adelante pero no es acompañada por la acción. Si el verbo no va ligado al hecho, me parece entonces, que todo es una gran decepción, una gran mentira brutal. Y como las palabras se han alejado tanto de la acción, ya el mundo es una cosa que ha quedado acartonada y entonces ahí se unifica todo. Así el rock va en camino de extinguirse, si no se ha extinguido ya. Ojalá nos llevemos una sorpresa. Tal vez la única sorpresa que nos puede ofrecer es que los chicos de las villas en lugar de tomar una ametralladora agarren una guitarra. Quizás sea mejor que en lugar de salir a robar hayan usurpado las guitarras. Los ignorantes saben hablar pero no leer. El lenguaje de la música, al igual que todos los lenguajes criptográficos – llamémoslos sacramentales, que están en poder de pocos – son tremendamente peligrosos y por ello sería bueno que existiese algo así como la imprenta de la música; entonces, de esta manera, se acabaría el poder actual que detentan los grandes monopolios del negocio musical.”

Sobreviviendo al arte

En aquel fin de siglo de los años ’90, Enrique Symns también pensaba en si el arte sobreviviría al congelamiento cultural, y planteó que es en el arte donde, en realidad, está escondida la palabra «magia transformadora». Esa magia que también se encuentra oculta en la música: Si los Beatles dijeran «abandonen a sus familias», yo saldría corriendo. Quiero decir que existe un poder oculto en esto de la palabra y la canción. Ahora, nadie lo sabe usar o no pueden usarlo. El poder es una concepción abstracta. Se supone que existió una famosa charla entre Trotsky y un anarquista, en la cual se dijo lo siguiente: Trotsky dijo: «Tenemos que decidir qué vamos a hacer con los ferrocarriles», y el anarquista contestó: «Pero cómo, si vamos a hacer la revolución es para que no existan más los trenes». ¿Para qué queremos derrumbar al poder? ¿Para no hacer nada más? ¿O alguien va a tener que trabajar?

Murió Enrique Symns, aliento de la escritura y furia del periodismo.

Adiós, furia de la metáfora transformadora.

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