El coqueto y cuidado entorno universitario donde se celebran las Noches del Botánico de la capital se antojaba un escenario perfecto para disfrutar del extraordinario compositor Max Richter. No tengo costumbre de acudir a demasiados conciertos de música clásica contemporánea, pero el autor de Dormir (15), una de las obras capitales de los últimos años en sus ocho horas de duración –no dejen bajo ningún concepto pasar el visionado del documental dedicado a tamaña maravilla- era uno de esos nombres obligados a la hora de acudir a su remanso de belleza y paz como en su momento lo fueron Olaf Arnalds, Dustin O’Hallaran con su maravilloso proyecto Una victoria alada para los hoscos O William BasinskYo interpretando Los bucles de desintegración en el marco incomparable del Auditori de Barcelona.
En esta ocasión, el alemán se hizo acompañar por un quinteto de cuerda compuesto por dos violines, dos chelos y una viola, con él mismo al piano y teclado. El concierto, como él mismo se encargara de explicarnos, se compondría de dos partes con un descanso entre ambas. La primera dedicada a la interpretación de su último trabajo, En un paisaje (24) mientras que la segunda supondría el rescate de una de sus obras más celebradas, Los cuadernos azules (04), que hace poco cumplía sus veinte años de existencia.
Un recinto completamente lleno y con todas las localidades de asiento se dispuso a sumergirse en escrupuloso silencio para atender a las evoluciones sonoras que se abrían paso entre un inevitable ruido constante provocado por las chicharras cantando desde los árboles, lo que terminaba de aportar la guinda a su reciente obra que, curiosamente, explora las interacciones entre la naturaleza y la mano del hombre. Esta primera mitad del viaje podríamos catalogarla como serena y meditativa, en búsqueda constante de una belleza transparente no demasiado escorada hacia la conmoción emocional, si acaso más hipodérmica en su culminación con “Movement, before all flowers”.
Tras el receso mencionado, el resto del trayecto nos retrotrajo a su segunda obra publicada, que en su momento surgió como reflexión acerca de la propia violencia experimentada por el genio en su infancia como a través de los conflictos bélicos creados por el ser humano (no olvidemos que Los cuadernos azules fue compuesto justo antes del estallido de la Guerra de Irak). Una nueva artista acompañó a los músicos dedicándose a leer fragmentos de Los cuadernos azules de Octavo de Franz Kafka contenidos en la propia grabación del germano.
Fueron entonces cuando llegaron los momentos más nítidamente hermosos, ejemplificados mejor que nunca en la conmovedora “On the nature of daylight” y con un final apoteósico gracias al crescendo infinito explorado por la interpretación de “The Trees”.
Larguísima ovación de una audiencia puesta en pie para despedir a los músicos y regreso a un mundo que nunca será suficiente si no fuera por la música que lo atraviesa y reinventa.
Fotos Max Richter: Vega Halen (Noches del Botánico)