La máxima ambición de de Elon Musk como comandante en jefe de SpaceX no se limita a lanzar satélites o cohetes reutilizables: el magnate sueña con una flota que pueda evacuar a la humanidad cuando la Tierra colapse y establecer colonias en Marte.
Sin embargo, en este horizonte interplanetario flotan más dudas que certezas y cada vez más científicos cuestionan la viabilidad de esas promesas con tintes mesiánicos.
La pretensión de abordar otros mundos no responde solo a un impulso científico, está profundamente ligado a una lógica capitalista: cada territorio anexado abre la puerta a nuevas oportunidades.
A lo largo de la historia, las grandes migraciones humanas estuvieron atadas a la superpoblación, el agotamiento de recursos, la búsqueda de libertad y las ventajas competitivas. Marte aparece ahora como el nuevo límite para proyectar ese mismo deseo de expansión.
Sin embargo, algunos expertos siguen sin compartir esta visión colonizadora. Y no es por los fracasos técnicos de Starship -que falló en 5 de los 9 lanzamientos realizados-, ya que se trata de un cohete en fase experimental. La verdadera controversia gira en torno a la viabilidad científica y ética de este proyecto.
Uno de los más acérrimos detractores es el astrofísico Adam Becker, quien calificó como “la cosa más estúpida que alguien podría perseguir”, cuando le preguntaron sobre la chance de mudarse al planeta rojo.
En su reciente libro More Everything Forever, Becker argumenta que las aspiraciones de Musk y Jeff Bezos para conquistar Marte no son más que “fantasías de ciencia ficción” desconectadas de las realidades tecnológicas, científicas y morales del presente.

Para revalidar sus afirmaciones, Becker esboza tres escenarios extremos: un impacto de asteroide comparable al que acabó con los dinosaurios, una guerra nuclear global y un brutal cambio climático.
Incluso en medio de una catástrofe global –como la que se recrea en la películas apocalípticas- la Tierra, sostiene el científico, seguiría ofreciendo condiciones más propicias que cualquier alternativa extraterrestre.
Ni el peor de los desastres podría borrar por completo las ventajas naturales de nuestro mundo: aire respirable, gravedad estable, agua en abundancia. Como concluye Becker, instalarse implicaría habitar burbujas selladas, donde un simple descuido técnico podría ser letal.
Sin margen para errores, la supervivencia dependería por completo de la ingeniería. En cambio, la Tierra -incluso arrasada- conservaría rincones fértiles y una chance real para su reconstrucción.
Uno de los mayores retos técnicos es la vuelta de estos contingentes a la Tierra ya que las ventanas de regreso se abren cada 26 meses. Esta limitación obliga a desarrollar sistemas extremadamente robustos y confiables, capaces de sostener la vida durante largos períodos.
Aunque crear un entorno artificial habitable es técnicamente posible, el costo del transporte sigue siendo un obstáculo central, aunque se espera que se abarate con los constantes idas y vueltas.
El mayor reto

El propio Musk estimó que se necesitará la rutina de mil lanzamientos para establecer un asentamiento permanente en Marte. Cada misión tendría como objetivo transportar tanto la infraestructura, herramientas y alimentos, junto con los emigrantes, para dar los primeros pasos.
“El avance crítico que necesitamos para convertirnos en una civilización galáctica es lograr que los viajes espaciales sean tan habituales como los vuelos comerciales”, aseguró Musk.
Desde el plano financiero, el desafío es tan grande como el propio objetivo: no existe una estimación de cuánto costaría esta aventura espacial. A modo de referencia, el programa Apolo -que logró llegar a la Luna en apenas 6 misiones exitosas- demandó más de 280 mil millones de dólares, ajustado a valores actuales.
Adam Becker no es el único que pone en duda las pretensiones de Musk. Michael Meyer, científico principal del programa de exploración del planeta rojo en la NASA, advierte que su viabilidad económica seguirá siendo incierta durante, al menos, los próximos cien años.
Meyer enumera razones bien concretas: la atmósfera casi no contiene oxígeno y el agua disponible es extremadamente escasa, lo que impide desarrollar agricultura o establecer un ciclo hidrológico funcional.
Desde esta perspectiva, el verdadero obstáculo para Elon Musk no es que Starship amartice en un punto estratégico, sino crear condiciones mínimamente similares a la vida en la Tierra. Incluso en el entorno perfecto, los humanos estarían obligados a vivir recluidos en cámaras presurizadas de por vida.
Y aunque se cumplan los pronósticos más agoreros -contaminación atmosférica, desastre nuclear o impacto de un asteroide- la Tierra seguiría ofreciendo condiciones mínimas de habitabilidad que Marte, con toda su épica futurista, no puede igualar.
Incluso con una atmósfera alterada, el planeta azul mantendría su densidad, rica en nitrógeno y oxígeno, con una presión de 1 bar al nivel del mar. Esa mezcla vital permitiría respirar -con asistencia, quizás- pero sin necesidad de escafandras.
Un clima hostil

En cambio, la atmósfera marciana es apenas una sombra: un 0,6% de la terrestre, compuesta en un 95% por dióxido de carbono, sin oxígeno disponible, y con una presión superficial tan baja (0,006 bares) que el agua no puede mantenerse líquida; simplemente se sublima, saltando del hielo al vapor.
Pero la atmósfera no es el único obstáculo. Marte carece de un campo magnético global, lo que deja a su fachada indefensa ante la radiación solar y cósmica. Cualquier intento de establecer una colonia requeriría refugios subterráneos o estructuras blindadas, con sistemas de protección activa las 24 horas.
En contraste, la magnetósfera terrestre seguiría funcionando como un escudo natural, aún después de una gran cimbronazo.
A esto se suma el clima extremo. La temperatura media en Marte ronda los -63 °C. Toda el agua está congelada, ya sea en los polos o atrapada bajo el regolito.
En la Tierra, un evento como un invierno nuclear podría enfriar el planeta, pero los océanos -con sus 1.400 millones de kilómetros cúbicos de agua- seguirían actuando como un estabilizador térmico. Aunque contaminada o parcialmente congelada, el agua sería tratable y utilizable, al menos con tecnología básica.
Y aunque la biosfera sufriera un colapso, quedarían nichos de resistencia biológica. Microorganismos que podrían sobrevivir en refugios geotérmicos, en el fondo del mar o en cavernas aisladas. El suelo terrestre conservaría materia orgánica y nutrientes clave para reiniciar procesos agrícolas.
En Marte, en cambio, el terreno es tóxico: los altos niveles de percloratos representan un riesgo serio para la salud humana y dificultan cualquier intento de cultivo.
La gravedad marciana -apenas el 38% de la terrestre- plantea otra incógnita. Estudios preliminares sugieren que una exposición prolongada podría afectar músculos, huesos y funciones cardiovasculares.
A eso se suma la dificultad de acceder a recursos básicos. Si bien se han detectado depósitos de hielo y señales de posibles salmueras subterráneas, todo está enterrado, inaccesible y rodeado de condiciones hostiles.
Por ahora, Marte sigue siendo más una idea que una solución. Un experimento de supervivencia que, sin una infraestructura tecnológica colosal, no ofrece garantías reales. Frente a eso, una Tierra dañada, sigue siendo el único hogar posible.