José Ramón Soroiz hace una interpretación impecable y majestuosa. De esas que quedan subrayadas en la historia
Vicente quiere pasarse el resto de su vida follando. A sus 76 años, acumula cinco décadas dentro del armario y 25 años casado con la pareja equivocada: una mujer. Tras romper con su novio, se ha ido a vivir a Maspalomas. Allí, en Gran Canaria, bajo el amparo de su amigo Ramón, hace lo que más le gusta: tomar el sol, tener sexo con hombres e irse de fiesta. Vicente, aunque siente que ha perdido mucho el tiempo, está en su mejor momento. No quiere volver a su casa en San Sebastián. Allí solo hay problemas. Allí solo hay pasado. Pero lo de pasarse el resto de su vida buscando el placer llega a su fin cuando un ictus le manda directo a una residencia de ancianos. Con medio cuerpo paralizado, lejos de Maspalomas, en un sitio extraño y condenado a reencontrarse con su hija, con la que, desde que se divorció de su madre no mantiene una buena relación; Vicente vuelve al armario.
Maspalomas es esto: la historia de un hombre septuagenario que, tras dar el paso más importante de su vida, se ve obligado a dar marcha atrás miles de kilómetros. Maspalomas es, también, una tierna, entrañable y excelente nueva joya de los directores Aitor Arregi y José Mari Goenaga.
El dúo de cineastas vuelve con otro personaje protagonista que desborda humanidad. Si con Marco (2024) y un inmenso Eduard Fernández consiguieron lo más difícil, empatizar con un estafador, en Maspalomas, con Vicente, la compasión es mágica. José Ramón Soroiz, el encargado de dar vida al protagonista, hace una interpretación impecable y majestuosa. De esas que quedan subrayadas en la historia. De esas de premios. Sí: en plural. Soroiz es formidable en cada gesto y palabra. El actor es exhaustivo en su interpretación. Hasta el caminar de Vicente está lleno de significado.
Los contrastes de ‘Maspalomas’
Irusoin / Moriarti / Maspalomas pelikula AIE
Maspalomas, que es de esas historias que estremecen hasta el corazón más frío, sabe hacer reír y sabe hacer llorar. Es cómica y divertida porque Vicente es un personaje de lo más simpático, pero también porque está llena de pintorescos secundarios que salpican el relato de momentos ocurrentes. Y luego está Xanti -interpretado por una magnífico Kandido Uranga-, el compañero de habitación de Vicente, un hombre algo bruto y muy heterosexual, pero con buen corazón, que entabla una amistad con el protagonista y le ayuda a recuperarse del ictus. Vicente vuelve a ganar la movilidad en su cuerpo, pero hay algo que sigue rígido en su relación con Xanti: es incapaz de ser sincero con él sobre su orientación.
Esta historia no es solo la de un hombre viendo cómo su mundo se pone del revés cuando ya había conseguido ser libre. Es también la de un hombre que tiene que enfrentarse a los fantasmas de su pasado con su hija. Nerea, una Nagore Aranburu que vuelve a firmar una buena interpretación como hija distante con su padre, no puede dejar de recordar lo complicado que se volvió todo cuando anunció que era homosexual. Su mundo se puso patas arriba con el divorcio, lo mismo por lo que ella está transitando ahora. Nerea no está muy contenta con el regreso de su padre, pero, como todo en Maspalomas, la vida sigue pese a lo inevitable de la tragedia.
La película de Arregi y Goenaga es una de contrastes. Cuando comienza, con Vicente en Gran Canaria siendo feliz, la vida está llena de colores saturados. Es cálida y disfrutona. En la residencia, todo, hasta el pelo del protagonista, pierde vida. El mundo, ahora, está iluminado por una luz blanca, fría y desagradable de hospital. Vicente pasa de un refugio a un lugar hostil en el que se le recuerda constantemente una época en la que no podía ser él.
Maspalomas es una historia de evolución y de adaptación, de darse el reconocimiento que uno se merece y de encontrar el perdón cuando parece que no lo hay. Pero, sobre todo, es un relato de valentía y libertad. Un regalo hecho película.