Fue precisamente en un festival de jazz donde el camino de estos dos gigantes se cruzó por primera vez. Era 1997, en un marco tan imponente como el Palau de la Música de Barcelona, y ya nada volvería a ser igual para ellos. Allí se forjaba una fértil alianza que, sin aditivos ni pirotecnias inútiles, representa hasta el día de hoy uno de los crossovers más interesantes entre músicas inicialmente diferentes, pero capaces de confluir con naturalidad si quien las interpreta y marida es tan maestro como lo son Míchel Camilo Y Canatto.
El uno, ultra-reputado pianista y compositor dominicano afincado en el latin jazz; el otro, una de las guitarras flamencas por antonomasia. Nada menos que quien sustituyó a Paco de Lucía acompañando al dios de los cantaores, Camarón. Y con méritos propios incontables, además de eso. Ambos se conocieron así, de casualidad, en un festival, y su unión de fuerzas se tradujo en un álbum, España (2000), que poco a poco se ha convertido en clásico. Hasta el punto de dar forma ya a una tetralogía que completan España de nuevo (2006), España para siempre (2016) Y España para siempre otra vez (2024), álbum que venían a presentar a este 28 Festival de Jazz de la ciudad de Valènciaun certámen que les recibía con los brazos abiertos y un lleno hasta la bandera en la Sala de ITurbi del Palau de la Música de la ciudad del Túria.
Unas palmas de Míchel casi flamencas dan la entrada y el prodigio vuelve a comenzar al son del “Libertango”, de Paso. Hay algo que sucede entre estos dos. Una sinergia difícilmente localizable en otros músicos. Con los años han pasado de sorprenderse a conocerse perfectamente. Aunque dudo que lo primero haya dejado de suceder. Se nota que cada concierto es diferente. Se nota en las miradas, el lenguaje gestual, la forma en que se comunican el uno y el otro y se ponen a prueba. Porque esto, no lo duden, tiene mucho de amigos, pero también algo de pique. Pique sano, se entiende.
De cuando en cuanto uno u otro (o juntos) se levantan, se abrazan, se palmean, y hablan con su público. Todo es distendido, alegre, entre amigos. Bromean, cuentan anécdotas (cuando se oyen), presentan canciones. Y cualquiera diría que hace 27 años que se juntaron por primera vez. No se nota cansancio, ni miedo a repetirse, o a caer en la monotonía. Se nota el placer que sienten interpretando estas canciones -”Alfonsina y el mar”, “A mi niño José”, “Antonia”-, cada segundo que están juntos.
Por eso esta alianza perfecta se pasea como Pedro por su casa en un repertorio tan dispar. Lo hacen todo suyo: el mambo, el jazz, las bulerías, el tango… Suenan versiones excelsas del “Mambo influenciado” que adaptaron a su estilo desde la original de su querido Chucho Valdés (al que dedicaron un pequeño discurso) y también la preciosa “Remembrance”, pieza de Camilo originalmente pensada para orquesta sinfónica, pero que a propuesta del Tomate han adaptado entre los dos con resultados increíbles. El monumental sonido del Steinway en una sala digna de él y su combinación con la inusitada calidez y genialidad a las seis cuerdas del “tocaor”, lo llena todo.
Y llega, claro, el gran momento. El momento de rendir un homenaje a la figura inconmensurable de Camarón. Canattosegún cuenta a micro abierto, no era más que un chinorri cuando el maestro le preguntó a su padre si podía ir con él a grabar un disquito, en un momento en que Paco de Lucía estaba demasiado ocupado. Su padre puso como condición que el chaval, de 16 años de edad, se portara bien. Se portó bien y, por tanto, según dijo, por eso está hoy aquí. Aquél disco era la Leyenda del Tiempouna de las obras musicales cumbre de la historia de la humanidad. Y Michel y el Tomate la emprendieron con la canción titular, toda una obra maestra en sícomo sólo dos monstruos como ellos saben hacerlo. La ovación del público lo dijo todo.
La casa se viene abajo cuando guitarrista y pianista abandonan el escenario. Era inevitable el bis: “Spain”, canción que da nombre a su primer álbum juntos, es un proeza entre los dos que perfila a la perfección su genialidad y el por qué han llegado hasta aquí juntos. Una vez más la comunicación y el buen rollo entre ellos obra prodigios que uno no está acostumbrado a contemplar en un escenario. Se quieren retirar, pero el público no les deja irse. Y como están a gusto (se nota) salen de nuevo y la emprenden con “Two Much love theme”, sedosa composición de Camilo para la banda sonora de la película más hollywoodiense de Fernando Truebatambién incluída en el primer disco del dúo. Ya no quedaba casa por caerse, pero aún así, se vuelve a derrumbar con la merecida ovación que les rinde a los dos una Valencia totalmente enamorada de ellos.
Contaba Canatto en un punto muerto que sus nietos, cuando él vuelve de gira y les compra cosas, le gritan “¡abuelo, viva el flamenco”. Y él les dice: “sí, hijos, qué sería de nosotros sin el flamenco”. Y yo creo que lo dice, ese “nosotros”, en referencia a su pueblo gitano, pero yo lo haría extensivo. Lo amplío a todas y todos. Qué sería de nosotros sin flamenco, sin la libertad de la mezcla del flamenco con otros géneros, sin la música, en general. Sobre todo, en tiempos tan aciagos como los que corren. Conciertos como éste lo demuestran. Uno sale inspirado, con el alma llena, y le cuesta creer que al día siguiente pueda importar lo que lea en el periódico. Aunque al día siguiente la cosa cambie, pero ese instante, nadie nos lo quita.
Fotos Michel Camilo y Tomatito: Susana Godoy