Y agotado no por esperado menos disfrutable. El triunfo del nuevo pop independiente, o eso que algunos que dudamos de las etiquetas y sus efectos colaterales llamamos “agroindie”, estaba y está cantado en algunos escenarios y contextos. Sobre todo cuando hay ciertos nombres en juego y la ecuación se completa con un período vacacional en ciernes o directamente en proceso, un entorno atractivo por naturaleza y una predisposición colectiva al disfrute y la evasión. Otro capítulo digno de análisis el que abrieron y cerraron dos bandas, sobre todo una, a las que favoreció la reorientación, polémica por no decir absolutamente a la deriva, de un Festival de la Guitarra de Córdoba decidido a hacer oídos sordos y cartera ávida con un cartel más incoherente que variopinto. Dejando este tipo de consideraciones aparte y entrando en materia del éxito incondicional del que hablamos, la ración doble de un jueves noche bochornoso meteorológicamente hablando fue la crónica de una pasión anunciada a la que se pueden poner muchas pegas pero también donde extraer varias conclusiones.
Una de ellas es que hay bandas que deberían prodigarse más en este tipo de espacios abiertos. A la acústica, magnífica normalmente, del Teatro de la Axerquía le falta más hábito con estos formatos tan concretos y concentrados. Un trío con temas próximos al cochera y actitud punk que se presentaba ante un público que en su mayoría iba a otra cosa, obligados a convencer y casi a vencer en apenas una hora de precalentamiento. Cebras sexys no sólo son eficaces sino inteligentes. Desde “Bailaremos”, una primera declaración de principios, hasta “Tonterías”, concretando el perfil fiestero y despreocupado de sus canciones, no dieron tregua al aburrimiento haciéndonos bailar “Pogo”, apelando a máximas atemporales como “Mañana no existe” o “Día de mierda”, sincerándose sin ambages en “Quiero follar contigo” o despojando de trascendencia su pop afilado en “Bravo”, “Nena”, “O todos o ninguno”.
Tienen ases infalibles como “Jaleo” y homenajes no tan velados como “Charly García”, y un discurso intencionadamente inocente pero dirigido a tanto falso progresista que seguro pululaba por el recinto sin ser consciente de lo que en verdad son. Suenan mejor en una sala ajustada a sus características sonoras pero hicieron lo que debían hacer y acabaron conectando con el público gracias a las raíces cordobesas del guitarrista y las historias que cuentan sus temas, necesarios para quitarle hierro a la vida y llenar de proteínas nuestra dieta auditiva. Un perfil bajo, todo lo contrario del que los sucedió en escena, para todos los públicos y con la diversión como base. ¿Qué más se le puede pedir al pop hoy en día?
La otra viene de la mano de la pomposidad y las ansias, fallidas en varias ocasiones, de entender la música como algo más que un sentimiento. Escribir una buena letra, trabajar una melodía y arreglarla con los instrumentos pertinentes, y como último y principal paso, presentarlas ante una audiencia más o menos afín, deberían ser tareas suficientemente agradecidas para hacer de dicha disciplina un arte. Aun así, en la época que nos ha tocado vivir parece imprescindible adornarlo, o mejor dicho amplificarlo, con la actitud correcta, o más bien adecuada a cada circunstancia. La de Viva Suecia lo es, aunque no siempre resulte convincente y corran el riesgo de resultar reiterativos cuando no directamente impostados. Unos músicos hipervitaminados que hicieron dos discos más que respetables situados entre lo mejor de la penúltima generación y que han crecido lo suficiente para girar por gran parte de Latinoamérica y España llenando estadios y teatros sin el menor esfuerzo. Eso les ha permitido aumentar la formación con una teclista y guitarrista, también cantante ocasional, y una mínima sección de metales para buscarle otra vuelta a algunas canciones. En directo funcionan como un reloj, gesticulan hasta la exageración y llenan de tópicos de hermandad y buen rollo los desarrollos de los temas. Básicamente, lo que llevan haciendo desde que empezaron a ser conscientes de que lo importante para estar en todos los festivales no son las canciones sino lo que hagas con ellas. No es casualidad ver las gradas inundadas de banderas de Suecia, como si eso significara que tomáramos como ejemplo al país con la economía mejor gestionada de Europa, o de camisetas de su selección nacional de fútbol impresa con nombres propios, reflejando justo lo contrario: A más de treinta euros por cabeza, un objeto de marketing es más codiciado que una hipoteca justa y un salario digno. La contradicción generalizada en la que vivimos tiene su eco en las estrofas de “Bien por ti”, “Los años”, “La orilla”, “A dónde ir”, “Deja encendida una luz” o “Algunos tenemos fe”, introduciendo el subtema del amor y las relaciones humanas como eterno la gente moT para conectar hasta el tuétano con el oyente potencial. Un concierto que convierte la testosterona en arte e instaura el concepto de rock cosmético al borde del vacío.
Rafa Val tiene voz, presencia y dotes de mando, pero acorta el ya escaso alcance de temas flojísimos como “Lo siento”, “Justo cuando el mundo apriete” o “Hacernos polvo”, tal vez por exceso más que por defecto. Si se escucha con atención la producción más reciente de la banda, toparse con cosas tan mediocres como “Dolor y gloria” resulta francamente sospechoso, máxime teniendo en cuenta la explosiva respuesta que tienen en directo. Habría que insistir al respecto, porque el contexto social de su música no debería pasar desapercibido. “Sangre”, “Lo que te mereces” y “No hemos aprendido nada” conjugan el dentro y el afuera y se identifican con el devenir vital de muchos, e himnos incontestables como “Amar el conflicto (Todo lo que importa)” pueden elevar el tempo en la recta final para que el confeti y la parafernalia de la que abusan no maquillen lo que no deben. Da la impresión, a poco que se aparque la ceguera del fan más devoto, de que llevas demasiado tiempo escuchando la misma canción y de que los recursos que al principio nos atrajeron a su causa ahora nos provocan cierto rechazo, o peor aún, una indiferencia absoluta. Tampoco tienen que hacerse mirar nada y puede que seamos algunos los que deberíamos recapacitar. Al fin y al cabo, la receta del éxito es aún algo difuso, y sólo quienes tengan la fortuna o la inteligencia de encontrar los ingredientes propicios para cocinarla serán los elegidos. Los murcianos lo han sido, aunque cada vez resulte más difícil saber por qué.
Fotos Viva Suecia + SEXY ZEBRAS: IMAE CÓRDOBA