Un año más, la cita con el macrofestival de dimensiones más grandes en la capital, Mad Cool, nos ponía muy difícil el no acudir gracias a la inteligente mezcla de estilos y de artistas noveles y clásicos que muestra su cartel. Traer a Olivia Rodrigo, Gracie Abrams, Arde Bogotá o Alcalá Norte podrá catalogarse de acierto o de error dependiendo de los gustos de cada cual, pero lo que es una constatación es que nos encontramos frente a artistas que se encuentran en su momento. De igual manera, clásicos de la altura de Nine Inch Nails o Iggy Pop demostraron de nuevo su capacidad absolutamente incombustible y vigente para seguir facturando shows que costará olvidar debido a su apasionada y entregada forma de concebir la música.
A nivel organizativo, indicar que salvo las pérdidas de electricidad de la primera jornada que lastraron el final del concierto de Gracie Abrams y retrasaron el comienzo del de Iggy Pop, cabe catalogarla de muy buena. No hubo agobios, el agua potable no faltó en ningún momento y el hecho de dejar pasar comida me parecen cuestiones que debieran ser evidentes y de sentido común en cualquier festival de estas características y que, sin embargo, no lo son en muchas ocasiones. El transporte público también funcionó adecuadamente hasta la hora prevista y permitió una salida escalonada y no demasiado embarullada de la multitud de público asistente.
Y, bueno, el tema manido de que “la gente va a este festival por el postureo”-como si a otros tantos no lo fuera sólo por tener una especia de marchamo arty tan bien trabajado desde el marketing- se ha convertido un poco ya en una frase algo cuñada tras su uso constante. Cabría decir que la gente va a estas cosas a lo que le dé la gana. Vamos, a cualquier sitio. Mientras no toquen los cojones o el coño del resto de asistentes, pues me parece bien. Y si hay chicas que lloran a moco tendido en las primeras filas de Olivia Rodrigo o yo no puedo casi ni levantar la cabeza del suelo haciéndolo con “Hurt”, pues algo digo yo que la gente irá por la música también, ésa que nos acompañará siempre y que es fiel compañera, confesora y soporte de nuestros días por este mundo.
Raúl del Olmo
Jueves 10 de julio
Blondshell
A Blondshell podríamos catalogarla dentro de esa nueva hornada de bandas que quieren recuperar el sonido alternativo de los primeros 90 y cierta actitud riot grrrl. Pero seamos sinceros, el objetivo de intentar acercarse a los parámetros estilísticos y emocionales de aquellas dos escenas parecen bastante lejos de ser alcanzados. El conjunto que acompañó en directo a Sabrina Teitelbaum adolece de una actitud escénica de cierta tibieza y desgana. Pese a la predisposición del público fan que tuvo a bien acercarse al escenario Ouigo a soportar un auténtico sol de justicia a sus espaldas, no fueron factores suficientes para jugar a su favor. Los prometedores singles adelanto del su segundo trabajo -especialmente “23’s baby”, encargada de abrir el show- no han servido para terminar de redondear If you asked for a picture (25), una tierra de nadie similar a la vivida con su show. Hacia el final del concierto las guitarras asumieron más pegada y protagonismo, mejora de sonido incluida, lo que permitió disfrutar de “Salad”, una de sus primeras conquistas incluida en su homónimo disco debut y que apartó el músculo que faltó al grueso del repertorio.
Raúl del Olmo
Leon Bridges
Hace apenas una década, la vida de Todd Michael Bridges dio un giro radical. Lavaba platos en un restaurante de Fort Worth, Texas, mientras escribía canciones que combinaban gospel, soul y nostalgia sureña. Todo cambió gracias a dos canciones subidas a SoundCloud y un encuentro con Austin Jenkins, guitarrista de White Denim y figura clave de la escena. Fue uno de los primeros en enamorarse de una desconocida “Coming Home”. También de “Lisa Sawyer”, luego lo haría todo el mundo, sobre todo una discografía que dio forma al soul décadas atrás.
Una historia tan improbable como las películas estadounidenses: chico sin nombre, talento desbordante, descubrimiento casual, contrato discográfico. En apenas seis meses, por Navidad, Leon Bridges anunciaba su fichaje por Columbia Records. A partir de ahí: discos, giras, Grammys, y una sensibilidad que lo situó, junto a Michael Kiwanuka y el más joven Jalen Ngonda, en ese pequeño altar de artistas que han devuelto el soul a las nuevas generaciones.
Diez años después del inicio de su primera gira, Leon acumula cuatro álbumes impecables y dos EPs con Khruangbin que son una delicia. El último disco de todos, Leon, publicado en octubre de 2024, lo devuelve a sus raíces: soul clásico como el de su debut, pero ahora teñido de ciertos aires psicodélicos, R&B polvoriento y arreglos más expansivos. En este concierto, el primero del Orange Stage en esta edición del Mad Cool, hubo espacio para varias de esas nuevas piezas: la apertura con “When a Man Cries”, el medio tiempo de aires fronterizos “Laredo” o “Ain’t Got Nothing On You”, que dejó claro que Bridges no ha perdido el pulso melódico.
Pero si algo quedó claro es que Coming Home sigue siendo un disco que no envejece. “Flowers”, “River”, “Smooth Sailin’” o aquel primer hitazo que fue “Coming Home” suenan igual de certeros que hace una década. Clásicos instantáneos. A eso hay que sumar una banda afilada, elegante, que supo fundir las canciones con naturalidad. Atención especial al groove de batería en “Bad Bad News” o al cierre con “Texas Sun”, donde por un momento, solo por un momento, nos olvidamos de Khruangbin.
Un concierto brillante para inaugurar, al menos en mi caso, esta accidentada primera jornada de festival. La única pega: sigo esperando un set largo de Leon Bridges en Madrid. Si no me falla la memoria, esta ha sido su cuarta visita a la ciudad en diez años (la primera en una Riviera en 2015), y las tres siguientes en el Mad Cool. Ya va tocando algo más.
Víctor Terrazas
Geordie Greep
El festival colapsaba. La gente nerviosa, los trabajadores un tanto desquiciados, y Gracie Abrams salvando los muebles cantando a capela, como bien apunta mi compañero Raúl. En mi caso, ese caos pasó completamente desapercibido. Para mí, y para el millar de personas más que nos apiñamos en una de las carpas de Mahou, todo se detuvo durante 45 minutos. Lo que ocurrió allí fue, y pongo la mano en el fuego, uno de los mejores conciertos de esta edición.
Sí, ya conocemos el formato: esa crónica recurrente que insiste en que ‘el mejor concierto lo dio un artista menor mientras el cabeza de cartel se desinfla en el escenario principal’. Pero a veces, solo a veces, ocurre que es verdad. No porque sea una pose alternativa, ni porque nos guste llevar la contraria ( o peor: parecer interesantes), sino porque hay noches en las que el talento se impone.
Y ahí estás tú, en una carpa a media luz, presenciando a uno de los nombres más brillantes ( y aún subestimados) del momento. Geordie Greep no es un desconocido: ha liderado una de las bandas más desafiantes del último lustro en Inglaterra y acaba de firmar uno de los discos del año. No sé quién fue la persona que, en medio de selecciones, cachés, hojas de Excel y estrategias de booking, puso sobre la mesa el nombre de Greep. Pero gracias.
El británico, líder y guitarrista principal de Black Midi (banda ahora en parón indefinido) ofreció un espectáculo absurdamente maravilloso. Su debut en solitario, The New Sound, es uno de los discos más brillantes y desquiciados de 2024: una amalgama de estilos, géneros y sonoridades ensamblada con una precisión casi enfermiza. El álbum contó con más de treinta músicos de sesión y se grabó entre São Paulo y Londres. Según el propio Greep, varias canciones se regrabaron desde cero porque no terminaban de convencerle. La mitad del disco se realizó en Brasil, con músicos locales reunidos a última hora que trabajaron sobre las demos en una o dos jornadas. Después, en Londres, llegaron los overdubs.
Todo este ejercicio de orfebrería no solo no se diluyó en directo: se volvió más loco, más físico, más certero. En el escenario, media docena de músicos se desvanecían y reaparecían, jugando con los temas, mirándose entre ellos, divirtiéndose. Los límites de estilo, rock experimental, progresivo, math rock o lo que sea, quedaban reducidos a etiquetas manidas, incapaces de abarcar este desborde sonoro.
Fueron poco más de 45 minutos. Cuatro canciones: “Walk Up”, “Terra”, “Bongos Season” y “Holy Holy”. Cada una se convirtió en un viaje sin mapas, estirándose, retorciéndose, tomando desvíos imprevistos. Más que un concierto, fue una ceremonia pagana: impredecible, hipnótica, casi tribal. Una descarga eléctrica que borró cualquier otra cosa que estuviera pasando en el festival. Vendería el reino que no tengo por volver a verlo en directo, pero por desgracia este era su único concierto en España.
Víctor Terrazas
Gracie Abrams
Una vez más resultaba increíble observar la media de edad para ver a Gracie Abrams. Mucho tiene que ver el fenómeno Tik Tok en la expansión de su música, canal más utilizado por las más jóvenes audiencias, superando incluso a Spotify. Pero la verdad es que era prácticamente imposible ver un solo fan mayor de treinta y cinco años en sus conciertos que no sea un padre o una madre acompañando a su hija. Lo resalto porque me parece imposible de entender que sus grandísimas composiciones no puedan haber calado en una audiencia de mayor edad. La histeria colectiva esperaba a la californiana entre chillidos y móviles en alto, si bien debo decir que su todavía reciente The Secret of Us (24) dista mucho de ser su mejor trabajo, si bien cuando da en el clavo aporta canciones deslumbrantes.
Fue el gran protagonista de la tarde brindando extraordinarios momentos como el arranque con “Risk”, o la preciosa “I love you i’m sorry”, que me hizo llorar a mí más que a los adolescentes que me rodeaban. Abrams se mostraba expansiva y confiada, sugerentemente vestida, en una actitud escénica en las antípodas del mucho más introvertido y sutil Good Riddance (23), con la que pude gozarla en un concierto para el recuerdo. Su escasa presencia se redujo a “Where do we go now?”. La artista mostró su versatilidad al piano y a la guitarra acústica, especialmente cuando un inoportuna caída de la electricidad dejó al festival sin sonido durante toda la parte final de su actuación, lo que no fue problema para que tuviera los ovarios de tocar desde la pasarela del escenario tres canciones a capela con la guitarra desenchufada entre un mar de almas, especialmente tremenda sonó la encendisima “Us.”. Al final, volvió la luz y un celebradísimo “Close to you” sirvió de expansivo cierre para un concierto lastrado un pelín por los problemas mencionados.
Raúl del Olmo
Iggy Pop
Tratar de explicar con palabras lo que supone asistir a un concierto de Iggy Pop, antaño también con la reunión de The Stooges, se antoja una tarea cada vez más difícil. Los años no pasan por él. Él pasa con sus andares cojitrancos sobre ellos. Parece mentira que este señor tenga dos años más que Ozzy Osborne y sea capaz de dar todo este despliegue de intensidad sobre un escenario. Eso por no hablar de la competente banda, vientos incluidos, que le acompaña y también de una elección de repertorio antológica. Los dichosos problemas de suministro eléctrico del festival volvieron a asomar al inicio de su actuación, que tuvo que parar en un par de ocasiones, hasta que veinte minutos después, con el problema parece ser ya totalmente subsanado, el alarido inicial de “T.V. Eye” daba arranque a un concierto que cabría catalogarlo de rito. Algo pasa cuando uno asiste a estos shows; lo nota dentro de sí mismo y lo nota en la gente que le acompaña alrededor.
Es una posesión demoníaca, la expresión del peligro, el sudor y el sexo aflora de manera imparable e instintiva y todo es ritual; todo se convierte en blasfemia, en lujuria, en desenfreno tocado por la mágica melena rubia del Rey Midas del instinto. No hace mucho Manuel Pinazo escribía en esta publicación unas inspiradas líneas acerca de la necesaria reivindicación de Fun House (70), y es que fueron los temas de este incendiario disco los más enloquecidos, especialmente el bestial encadenado de “Down on the Street” y “1970”. Por supuesto otros gloriosos pasos por la discografía de The Stooges valieron su precio en oro: la sinuosa “Gimme danger”, la incisiva “I wanna be your dog”, que me sirvió para avanzar quince filas a bote limpio, o la coreadísima “Seek and destroy”. Los momentos más felipescos protagonizados por “The passanger”, “Lust for life” y el “Louie Louie” pasaron sin más, sin llegar a sacarnos de la bacanal en ningún momento y, porque tocaba y porque hay vigencia, fue un auténtico puñetazo en la mesa defender con brío dos de sus más recientes canciones contenidas en Every loser (23), “Frenzy” y “Modern day rip off”. Lo mejor de larguísimo de la jornada inaugural de Mad Cool. Apabullante.
Raúl del Olmo
Muse
Tras los fallos en los dos principales conciertos de la jornada, con Muse, posiblemente el gran cabeza de cartel del día, la tensión se mascaba en el aire. Cada silencio, cada momento en el que una canción no daba paso inmediato a la siguiente, volvía a disparar la mirada de las mil yardas. Tanto en el equipo técnico como en los miles de fans que, engalanados con sus camisetas de «Muse» (con su raya arriba y su raya abajo), temían que el show pudiera venirse abajo.
Por suerte, no fue así. Matt Bellamy, Chris Wolstenholme y Dominic Howard, acompañados por Dan Lancaster, ofrecieron un show más que solvente: más de una veintena de canciones que recorrieron prácticamente toda su discografía, incluyendo los nueve álbumes de estudio. Hubo sorpresas, como “Unravelling”, tema publicado hace apenas unas semanas y presentado por primera vez en directo en Helsinki, adelanto del que será el próximo disco de la banda. Y momentos mágicos, como ese inicio con armónica y aroma a Ennio Morricone antes de entrar en “Knights of Cydonia”. Tampoco faltaron los clásicos: “Supermassive Black Hole”, “Uprising”, “Hysteria”, uno de los primeros fogonazos de la noche, o un cierre con fuegos artificiales al ritmo de “Starlight”. Incluso del último disco, Will of the People (2022), interpretaron varios cortes como “Compliance” o “Kill or Be Killed”. Curiosamente, el tema homónimo, y probablemente el más celebrado de ese disco, no apareció.
Poco se puede añadir ya a la historia de una de las bandas más importantes de las últimas dos décadas. Configuradores del rock del nuevo milenio, con más de treinta millones de discos vendidos a sus espaldas. Muse (seguramente junto con Rammstein) lleva años dominando el nuevo formato de estadio, dándole forma. Eso sí, si comparamos este show con su anterior paso por el Mad Cool en 2022, por ser formatos similares, esta vez los noté más sobrios en lo teatral, pese a contar con más de una veintena de paneles de luces, visuales y pirotecnia. La mayor pega, en todo caso, la pondría en el sonido: por momentos bajo, con crecidas súbitas en riffs de guitarra o golpes de batería, y caídas en la parte vocal. Nada que no tenga más que ver con la logística del recinto y la ubicación de cada espectador que con la propia banda.
Y, aun así, todo eso queda en un segundo plano cuando el público se pone a favor. Puede gustarte más o menos Muse, pero la energía que se generó entre los asistentes era contagiosa. No era histeria (como lo sería el sábado con Olivia), sino una euforia controlada, compartida, que crecía con cada canción. Llegaron a última hora al cartel tras la caída de Kings of Leon. Y lo siento por los fans de la banda estadounidense, pero poder volver a ver a Muse ha sido, sin duda y honestamente, un regalo.
Víctor Terrazas
Refused
Mientras me acercaba hacia el escenario Ouigo pude percibir la irrupción del espectáculo audiovisual de Muse y, guste más o guste menos, resultaba bastante imponente. Es verdad que yo les tengo sacrificados desde ese debut en el que copiaron todos los tics malos de los primeros Radiohead y que luego su mejora metálico-electrónica, siempre en el campo del “toco más que nadie” y “Mi tono ya lo querría Camilo Sesto para su “Getsemaní” nunca ha terminado de seducirme. Es por ello que la trinchera post-hardcore de Refused se hacía una buena baza nocturna.
Acudir a su concierto era un poco como hacer los deberes de clase. Su sonido ha sido influencia máxima en muchas de las bandas que amo, desde At the drive in pasando por Standstill y llegando hasta Birds in Row, por poner ejemplos, y, sin ser especialmente fan de sus canciones, es indudable que su legado es biblia de la escena. Como no podía ser de otra manera, el sacrosanto The Shape of Punk to Come (98) fue el disco protagonista de la velada, con momentos realmente salvajes, por encima de todos me quedo con la descomunal “The Deadly Rhythm”. Fue muy destacable la actitud escénica, especialmente de un nervioso y elástico Dennis Lyxzén, así como sus consignas políticas condenando el genocidio de la Franja de Gaza o los peligrosos totalitarismos encubiertos actuales, todo ello condimentado con un constante pogo incendiario a pie de escenario. Pulso frontal vivo.
Raúl del olmo
Weezer
Tenía muchísimas ganas de ver a Weezer en directo. Sólo había podido verles terminar un concierto hace la tira de años en un festival al que acompañaban a Dover y The Cranberries, si la memoria no me falla. No nos engañemos: hace tiempo que la incontinencia creativa de Rivers Cuomo nos la trae bastante al pairo en estudio, derivado de la constante publicación de discos de dudosa calidad artística, pero cuando uno tira del espejo retrovisor y llega hasta su sagrada trilogía inicial compuesta por el Blue Album (94), el súper objeto de culto Pinkerton (96) y el inapelable Green Album (01), uno sabe que está ante una banda clave en la vertebración de las melodías y el mejor power pop de mitad de los 90 y comienzos de siglo.
Tocaba rendir culto a su celeste debut, pero no tocado del tirón, sino intercalado de otras canciones de su discografía, generalmente singles, a mi gusto un maridaje algo extraño y descompensado, pero que sí funcionó con el trepidante inicio de “Hash pipe” seguida de la inapelable “My name is Jonas”. Lo que no me gustó tanto fue una evidente falta de pegada en las guitarras, bastante ahogadas y difusas durante toda la actuación, cosa que lastra inevitablemente a unas canciones de la naturaleza que son las de Weezer. Aun así, se disfrutó de cierto espíritu de comunidad entre el respetable mientras sonaban rescates tan guays en vivo como la potente “Dope nose”, la molona “Surf wax America”, la nostálgica “In the garage” o el friquismo máximo de “El Scorcho”. Eso sí, imperdonable que dejaran fuera “Only in dreams”, posiblemente su mejor y más emocionante canción escrita nunca. Nos conformamos con una facilona “Buddy Holliy” para irnos camino de casa un poco a medias.
Raúl del Olmo
Viernes 11 de julio
Hermanos Gutiérrez
Uno de los conciertos que más esperaba. Y, al mismo tiempo, uno de los que más dudas me generaban. No por el grupo, todo lo contrario, Hermanos Gutiérrez llevan años encabezando mi Spotify Wrapped, siempre en compañía de Sigur Rós. Pero ya sabemos lo que suele pasar cuando una propuesta instrumental, delicada y de tempo lento se enfrenta a las dinámicas de un macrofestival. Por lo general, no acaba bien.
Cuando vi su nombre en el cartel del Mad Cool, lo primero que pensé fue en cómo podía encajar un concierto así en este tipo de evento. Su propuesta parecía hecha a medida para un entorno más reposado: un ciclo como Noches del Botánico o el Alma Festival, donde el contexto no compite contra la música. Sin embargo, ocurrió justo lo contrario.
Como ya me pasó con los islandeses en 2023, el público entendió el espacio. Y más que por sensibilidad colectiva (que también), quizá tuvo que ver con la hora: seis de la tarde, Madrid, julio, sin una sola sombra en el recinto y el sol cayendo de plomo sobre los músicos y todos nosotros. Los únicos que estábamos ahí, eran los que verdaderamente queríamos estar por la música.
Sobre el escenario, Alejandro y Estevan Gutiérrez, hermanos suizo-ecuatorianos, armaron una suerte de red minimalista en la que era muy sencillo quedarse atrapado. Alejandro a la guitarra eléctrica y la lap steel; Estevan a la percusión (bongos y maracas) y también a la eléctrica. Con muy poco logran mucho. Y lo suyo no es tanto austeridad como contención: cada nota parece medida y cada silencio. como comenté en su último concierto en Madrid, una forma de respiración. Su sonido no se impone, envuelve.
Folk, country, atmósferas fronterizas y una reverencia clara a la tradición latinoamericana, todo sin voz. Desde hace unos años, los Hermanos Gutiérrez se han convertido en una referencia para quienes buscan música de raíz que no suene a revival y se aleje de los sonidos más noventeros del mestizaje. Sus primeros cuatro trabajos fueron autoeditados: entre ellos, Hijos del Sol (2020) y Hoy como Ayer (2019), aunque fue El Camino de mi Alma (2018) el que les definió como banda. Allí, entre el polvo de California y la sombra simbólica de la frontera mexicana, encontraron su centro de gravedad permanente.
Sus dos últimos álbumes, El Bueno y el Malo (2022) y Sonido Cósmico (2024), producidos y publicados por Dan Auerbach (The Black Keys), expanden esa fórmula con mayor peso en lo latinoamericano. En directo, todo eso se traduce en un viaje hipnótico, a ratos casi litúrgico. En apenas diez canciones repasaron algunos de sus temas más reconocibles: “El Desierto”, “Cumbia Lunar”, “Sonido Cósmico” o “El bueno y el malo”, su icónica visión de la música que daba forma a los spaghetti western … Pero lo mejor también llegó entre tema y tema, cuando compartían pequeñas historias sobre cómo nacen sus canciones, qué paisajes las inspiran o por qué se llaman así. No para romper la magia, sino para acercarla al público.
Pese al calor, o quizás gracias a él, el concierto fue una pequeña suspensión en el tiempo y una forma eficaz pese a su brevedad de introducir a nuevos oyentes a este viaje. Algo frágil y valioso en mitad del bullicio general de la jornada del viernes. Por un momento, el desierto, el suyo, el nuestro, uno imaginado, se instaló entre Villaverde y Getafe. Y nadie parecía querer salir de ahí.
Víctor Terrazas
Benson Boone
A una hora similar a la que Leon Bridges ocupaba el día anterior, Benson Boone se subió al escenario principal del Mad Cool como el primer gran nombre de la jornada. Si con Leon hablábamos de un descubrimiento a la vieja usanza, platos sucios, descubrimiento en un bar y contrato discográfico por Navidad, aquí todo está mucho más mediado por los códigos del presente: vídeos virales, realities musicales, clips recortados para redes y algoritmos hipervitaminados. Boone se dio a conocer a través de TikTok, donde comenzó a subir vídeos cantando que rápidamente se hicieron virales. Su paso por American Idol también ayudó a consolidar su nombre. El resto lo hizo “Beautiful Things”, su gran hit global.
Y lo cierto es que, con apenas 23 años, ya es una estrella pop internacional. ¿De un solo éxito? De momento, no: al menos cinco. Cuenta con varios temas que acumulan cientos de millones de reproducciones, sea lo que sea eso hoy en día e importe a quien le importe. Carácter, voz y presencia escénica no le faltan. El problema, o mejor dicho, el dilema, es que su propuesta aún no termina de encontrar un lugar claro. Se mueve entre una estética de nostalgia ochentera y una imagen cuidadosamente diseñada de “yerno perfecto para una barbacoa conservadora”: camisa ajustada, pantalones pitillo y un bigote perfectamente recortado. Volteretas por aquí, saltos por allá, y un despliegue físico que ya quisieran muchos quarterbacks de la Brigham Young Idaho, universidad mormona donde estudiaba.
Más allá de “Beautiful Things”, su música se mueve entre un pop glamoroso y pulido que en su primer disco podía llegar a sorprender, pero que en el segundo, American Heat, publicado apenas un año después para capitalizar el éxito viral, no termina de cuajar del todo. En ese sentido, más que a Harry Styles, comparación habitual y poco útil, Boone empieza a parecerse más a Damiano David en su reciente aventura en solitario a la estadounidense. De hecho, la canción “Born in a White with a Broken Heart” del italiano podría estar en el setlist de Benson sin que nadie notara el cambio. Y viceversa.
Dicho esto: es joven. Y tiene talento. Lo demostró en el Mad Cool, haciendo suyo un escenario enorme con soltura, oficio y un puñado de canciones que funcionan. Sonaron con fuerza “In the Stars”, “Slow it Down”, “Ghost Town”, así como algunos temas de su segundo álbum, como “Mystical Magical” o “Mr. Electric Blue”, seguramente la mejor de todas, donde ironiza con cierta lucidez sobre ese “cambio de imagen y estilo” que ha acompañado su explosión global y esta crónica. No sabemos qué será de Benson Boone en unos años. Pero en esta edición del Mad Cool quedó claro que presencia escénica, actitud y capacidad de conectar con su público le sobran, al menos de momento.
Víctor Terrazas
Alcalá Norte
Alcalá Norte sigue viviendo su vida cañón. Apenas un año después de su álbum debut, que ha cambiado la vida a sus seis protagonistas, el grupo madrileño sigue cumpliendo el sueño de cualquier chaval que agarra por primera vez una guitarra, un bajo o unas baquetas. En estos doce meses han acariciado el cielo, construido uno de los públicos más fieles del país, conquistado medios, festivales y premios. Y, sobre todo, han logrado lo más difícil: que las canciones envejezcan bien. Que crezcan, que se vuelvan aún más grandes que el hype inicial.
Tras una intensa gira de salas por toda la península, más de cuarenta conciertos, y ya inmersos en una gira de festivales, a nivel musical no hubo grandes sorpresas respecto a sus últimas fechas en Madrid, Córdoba o Málaga. Lo que sí se nota, y mucho, es el empaque. Las tablas. Esa manera de saber leer el momento, de adaptar el tempo del concierto al formato: no es lo mismo una sala que un escenario de festival, y ellos lo tienen claro. Quizá la única pena fue no poder disfrutar de los ya míticos vídeos que abrían sus conciertos con conversaciones de forocoches (ahora hay videomemes de Goebbels y Jesucristo que acompañan a “No llores, Doctor G” o “El rey de los judíos (Un cosquilleo)”. Tampoco estaba el monolito, tótem del grupo, del centro comercial y altar de su particular aire mesiánico. Pero todo lo demás, lo importante, sí estaba, como la ya mítica corona de laurel de Rivas.
También volvió a brillar la chulería canallesca de Barbosa (batería), que ejerce de maestro de ceremonias de la banda. Ya sea ofreciendo una bota de vino al público o presentando como se merece “Un pisito en la calle Elfo”: ‘Alcalá Norte somos hobbits. Como buenos hobbits, nos gusta la mejor hierba de la comarca, beber tinto y vamos con Gandalf’ dijo, señalando a Carlos Elías, guitarrista de la banda junto a Juampi. La presentación, por supuesto, aderezada con la melodía de la Comarca de fondo.
Y mientras tanto, el público, encendido, entregado bajo un sol brutal, participaba en un pogo que desafiaba cualquier lógica térmica. Un trabajador de Mahou, aspersor en mano, regaba con agua a la multitud como si aquello fuera una romería eléctrica, convirtiéndose sin querer en parte del espectáculo. Sonaron “Los Chavales”, “Westminster” y, como no podía ser de otra forma, cerraron con “La vida cañón”. Con el grupo sonriendo de oreja a oreja, conscientes de que están viviendo algo único. El último capítulo de esta etapa llegará en diciembre con doblete en La Riviera. Una despedida (temporal) para cerrar este año de locura. Para ellos. Y también para todos los que hemos estado ahí, al pie del cañón, bailando sin parar.
Víctor Terrazas
Future Islands
Resulta imposible no acometer el visionado o la crónica de un concierto de Future Islands sin empezar hablando del carisma escénico desbordante de su vocalista y líder Sam Herring. Es algo inconcebible no quedar atrapado por su magnetismo, su presencia, sus bailes entre lo animal y lo sensual y sus arranques desquiciados y chispazos de guturalidad descacharrante. Es uno de esos semblantes que ya no se llevan, como si fuera un personaje sacado de cualquier film noir norteamericano de los años 30 0 40. Esto no debería ser un obstáculo para valorar en su justa medida las extraordinarias composiciones de la banda, pero reconozcamos que algo distrae.
También es verdad que su deriva discográfica les ha llevado a facturar obras con el piloto automático activado. Bastante de eso tiene su reciente People Who Aren’t There Anymore (24), si bien su arranque, que también lo fue del show, con “King of Sweden”, fue del todo fabuloso. Habría que retroceder bastante atrás en el tiempo para llegar al catálogo de grandes temas, concretamente al disco que les puso en el punto de mira, Singles (14), por el que pasaron de puntillas e incluso con cierta desgana a la hora de defender “Seasons (waiting on you)” para terminar justo después por todo lo alto entre golpes en el pecho, convulsiones, arrebatos contra el suelo y chispazos vocales cavernosos con la muy primitiva “Long flight”. Una pena no haberles programado para cerrar la jornada. No se me ocurre mejor clausura en un día de festival. Les vería mil millones de veces si fuera necesario.
Raúl del Olmo
Alanis Morissette
Increíble marabunta humana para presenciar el concierto de Alanis Morissette en una segunda jornada de Mad Cool más llena que la primera, me atrevería a decir. Es algo que me sorprende, la manera en que ciertos iconos de los 90’s han logrado sobrevivir a las arenas del tiempo y otros no. Parece que Alanis tiene el beneplácito. Yo, como buen alternativo de los 90’s, la respetaba, pero la ponía en una clarísima segunda o tercera división musical. Recuerdo el respeto que se ganó con su primer trabajo, Jagged Little Pill (95), con la participación en él de Dave Navarro y Flea de, por entonces, unos imperiales Red Hot Chili Peppers etapa One Hot Minute (95). Me bajé del carro con el segundo, Supposed Former Infatuation Junkie (98), la verdad que no sé si hice bien o no, pero no soportaba el single “Thank U”, a la postre el broche del concierto del pasado sábado en Mad Cool.
Entre una histeria colectiva y una especie de vídeo promocional de la artista (la verdad es que no comprendo bien ese autobombo justo antes de saltar a escena), la canadiense saltó sobre las tablas en un pletórico estado de forma vocal y una entrega física encomiable. Debo decir que disfruté muchísimo los rescates del debut, en especial las canciones que no fueron single; alucinante recordar el pulso apasionado de “Right Through You” o el feeling contagioso de una perfectamente ejecutada “All I Really Want”, también lo que me gustaba y emocionaba hace treinta años escuchar un tema como “You Learn” cuando estaba empezando a vivir mi vida adulta. Se me puso un nudo en la garganta. Tampoco desentonaron temas más manidos como “Hand in my pocket” o el celebérrimo “Ironic”, jaleado por la audiencia con total devoción. Eso sí, el perfecto broche hubiera sido el cierre con la imponente “You Oughta Know”, que si bien en mitad de los 90 no era más que un single de los cuarenta principales, hoy día casi parece un tema de culto. Triunfo claro sin necesidad de la excusa nostálgica.
Raúl del Olmo
Nine Inch Nails
Para quienes tuvimos la inmensa fortuna de ver a Nine Inch Nails en su histórica actuación de este mismo festival en su edición de 2018 no voy a decir que existía un temor, pero sí ciertas reservas ante la nueva irrupción de Trent Reznor y los suyos siete años después en Mad Cool. La verdad es que no tardaron ni un segundo en disiparse cuando comenzó a sonar de fondo el “Audrey’s Dance” de la banda sonora de Twin Peaks –primero de los guiños hacia el llorado genio fallecido David Lynch-. Unas primeras filas agolpadísimas y repletas de las múltiples camisetas de NIN que ese día campeaban por el recinto de Villaverde nos disponíamos a asistir a otra exhibición de genio, entrega, inteligencia e intensidad a la que muy pocos artistas mortales pueden aspirar ni tan siquiera a tratar de igualar. El inicio como bien anunciaba “The beggining of the end” fue una perfecta introducción para avanzar diez filas con un par de botes de dos metros cuando comenzó a atronar el “This is the fisrt day of my last days” de “Wish”. Violencia, convulsión, una audiencia enfervorecida y una puesta en escena espartana, pero tremendamente efectiva con su perfectos juegos lumínicos y una actitud de la banda penetrante e incisiva, destacando un portentoso Reznor, un siempre magnético Robin Finck y la barbaridad a las baquetas que está demostrando el polifacético músico Ilan Rubin. Sin un segundo de respiro atacaron “March of the pigs”, en una dupla que costará olvidar entre los congregados, agitadísimos y entregados al máximo, lejos de los malditos fosos VIP que había antes en algunos escenarios y que sólo congregaban en primeras filas a personas ávidas de postureo y demostrar que tenían el dinero suficiente para estar allí. Esto fue diferente, esto era sudor, carne y comunión de entrañas en constante fricción física y mental. Después del respiro que nos concedió la agresividad contenida crepitante de “Piggy” con esos hostiazos de batería sobre el manto de distorsión sintética, acudimos a uno de los grandes regalos de la velada.
El guiño al magno The Fragile (99) ejemplificado con “The Frail”, con ese piano tan bello como inquietante y esa amenaza hecha sonido que es “The Wretched”, otro de los momentos más descomunales de la velada. Y cuando pensábamos que estábamos tocando el infierno con los dedos, surgió un “Heresy” descomunal, una canción inconcebible, una de las muchísimas maravillas contenidas en The Downward Spiral (94), serio candidato a mejor disco de la historia, sin más que decir. Tiempo para una de sus más recientes conquistas con la efectivísima “Less than”, muy celebrada por el público. En ese momento el concierto vivió posiblemente su momento más terrenal, bajando por unos minutos el nivel de excelencia máximo al que puede aspirar una banda en directo con los cortes contenidos en The Slip (09), Hesitation Marks (13) y Year Zero (07), no precisamente las mejores obras de NIN. En mitad de todas ellas un inevitable “Closer”, gran tema, pero que lo tengo algo sobreexpuesto, debo decir. Tras una discreta “Everyday is exactly the same”, vino un fin de fiesta que nos devolvió de nuevo a las llamas del averno con el inconcebible regalo de “Burn”, el tema contenido en la sacrosanta banda sonora de Asesinos Natos. Poco decir de un tema así, salvo que los die fans matamos por ella. Tremenda fortuna vivir este desquiciamiento delante de nuestros ojos. Nuevo guiño a Lynch con otro rescate de lujazo: la trepidante “The Perfect drug” contenida en esa maravilla de film que es Lost Highway. Tiempo ya para el final con la recuperación de su eterno “Head like a hole”, primera conquista de Reznor contenida en su fabuloso debut Pretty hate machine (89) para terminar con un “Hurt” que hirió más que nunca y con el que pasé literalmente llorando del primer hasta último segundo sin poder mirar ni siquiera el escenario mientras un escrupuloso silencio de todas las almas allí congregadas asistían a ese epílogo tan hermoso e inmortal como la vida que nos recorre la sangre todavía a día de hoy.
Raúl del Olmo
Sábado 12 de julio
Akriila
Tradicionalmente, Mad Cool siempre nos ha brindado interesantísimas actuaciones dentro de ese cajón de sastre que se denomina globalmente como música urbana. Más allá de la de Rosalía, se me ocurren de cabeza las de Fusa Nocta, Aleesha absolutamente en su prime de 2022, Goa o ahora la de Akriila. Siendo un auténtico fenómeno en Sudamérica y más concretamente en su Chile natal, había muchísimas ganas de ver cómo se las gastaba en directo tras el tremendo éxito de público y crítica logrado por Epistolares (24). Una discreta afluencia de público, en su mayoría foráneo, esperaba en la carpa para la llegada de la artista tras el ok final de su técnico de sonido -enfundado en una camiseta de Nine Inch Nails– a la mesa de mezclas. Lo primero que llamó la atención fueron lo tremendamente gordas que sonaron las bases y los beats lanzados, acompañado por apuntes de guitarra eléctrica por parte de uno de sus dos miembros de apoyo. Sin lugar a dudas, el neoperreo reinó durante buena parte del show, pero resultaron muchísimo más interesantes esos ritmos rotos capaces de recordar por momentos el breakbeat más esquinado de hace tres décadas. También una actitud tremendamente seria por parte de nuestra protagonista con instantes de intimidad turbia narcotizada entre atmósferas digitales. A destacar como momentos la celebrada “Epitafio”, la brutalmente contundente y eficaz “POPPER!” y los jugueteos sonoros de nuevos apuntes como “Sola”,“Paranormal” y la bien hip-hopera “002(durísimo)” incluidas en la edición expandida de su disco publicado el pasado año. Gran solidez y personalidad.
Raúl del Olmo
Arde Bogotá
Puede que en los primeros compases de su carrera se les haya encasillado como herederos del nuevo indie patrio, junto a nombres como Viva Suecia o Shinova. Y aunque es cierto, al menos en directo Arde Bogotá apunta a otro sitio. Suena más sucio, más contundente, más físico. Y si hay que tirar de comparaciones, la actitud que despliegan sobre el escenario conecta más con los ecos dramáticos y testosterónicos de Héroes del Silencio que con el revival de salas ligado a la generación de Carolina Durante o el ambiente más poético de Vetusta Morla. Por decir lo obvio, pero también lo cierto.
Porque si hay algo que destacar del grupo de Cartagena es el empaque. Y no solo el sonoro, potente, sólido, sin fisuras, sino el conjunto escénico. Antonio García es un frontman que se nota cómodo en su rol, con una teatralidad bien llevada, sin excesos, pero también con gestos medidos que acompañan sin entorpecer. Salió con un ramo de flores que fue deshojando canción a canción, mantuvo contacto constante con el público, supo manejar los tiempos y dotó de cuerpo y nervio a cada corte. Todo ello con una voz que en disco funciona, pero que en directo crece, se quiebra y se impone.
Se presentaron en el escenario Orange, el mismo que conquistó Iggy Pop dos días antes, y lo llenaron. Mucho. Tal vez más que Jet, al menos en términos de entrega. Porque lo de Arde Bogotá no fue solo una suma de canciones bien defendidas (aunque también: «Veneno», «Flores de venganza», «Cowboys de la A3» o «Los Perros»), sino un espectáculo completo, un concierto en el que se notaba el trabajo, el músculo y el hambre.
Hay quien todavía duda de su propuesta. Que si son demasiado de estadio, que si hay pose, que si… Pero después de verles aquí, ante un público entregado en una noche de julio, queda claro que lo suyo no es solo hype. Es carrera y carretera. Y de las que van en serio.
Mención especial merece “La torre Picasso”: si ya en estudio es una maravilla, en directo se convierte en una odisea, con Dani Sánchez luciendo su guitarra de doble mástil y un tema que crece y se desarrolla en sí mismo. Una de esas canciones que seguramente, y valga la redundancia, son o serán uno de los grandes himnos “indies” nacionales, al nivel de “Allí donde solíamos gritar” o “Copenhague”.
Víctor Terrazas
St. Vincent
La propuesta artística de St. Vincent ha ido ganando puntos de interés para quien les escribe. Su escoramiento sharpy en cuanto a sonoridades más industriales, incómodas y amenazantes ha ido tomando fuste hasta la que considero es su consagración, All Born Screaming (24), eso sí, siempre sin abandonar esa apariencia art rock que inunda todo lo que hace y luce. Comenzó amenazante con la explosiva “Broken Man”, mostrando desde los primeros compases la tremenda banda de acompañamiento que lleva Annie Clark. También la ardiente química física y casi diría sexual que destilan los músicos en directo, capitaneados por una mujer irreverente, entregada y alejada de cualquier tipo de agenda de los tiempos. Lo que ya no gustó tanto fue el sonido que padeció el concierto, con unas guitarras lamentablemente apagadas. Como bien dijo un espectador al lado mío “Se escuchan más alto las maracas que la guitarra”, creo que no existe mejor frase para señalar lo ocurrido. Es de justicia decir que, sin embargo, la actitud escénica fue buenísima, eléctrica y muy empática con un público que se dejó llevar por sus canciones. El tramo final del show, con la frontwoman bajando del escenario a interactuar con las primeras filas de la audiencia, ganó en frenesí gracias a una gran dupla final compuesta por “Sugarboy”y “All born screaming”.
Raúl del Olmo
Olivia Rodrigo
Más que una crónica al uso, lo de Olivia Rodrigo pediría un reportaje. No por su concierto, que fue un triunfo (ya llegaremos a eso), sino por lo que representa. Porque si alguien quiere entender cómo funciona hoy la industria del pop, no hace falta mirar a Corea: basta con observar la cadena de producción de estrellas que ha sido y es Disney Channel durante las últimas dos décadas. De The Mickey Mouse Club a High School Musical, de Justin Timberlake y Christina Aguilera a Miley Cyrus, Selena Gómez, Hilary Duff o los Jonas Brothers. Una línea recta, efectiva, que combina televisión, música, adolescencia e idolatría global.
Olivia Rodrigo entra de lleno en esa tradición, pero lo hace ya desde una tercera o cuarta generación de artistas que ha sabido granjearse esta plataforma estadounidense, similar a otras grandes figuras del momento como Sabrina Carpenter. Su debut en High School Musical: The Musical le dio la visibilidad, Sour (2021), su álbum debut, fue la muestra del talento. Y no cualquier talento: uno que convirtió su primer disco en un fenómeno generacional, emocionalmente crudo, con temas que iban de los himnos de ruptura al indie pop más confesional, pasando por el bedroom pop. Y lo mejor de todo, sin parecer un pastiche.
Desde entonces, ha sabido crecer. Definió una estética, encontró un sonido propio y, sobre todo, conectó con un público muy joven, incluso preadolescente. Algo que quedó clarísimo durante su actuación en el Mad Cool: nunca había visto tantos niños y niñas cantando absolutamente todo. Ni siquiera en conciertos como el de Harry Styles. Hubo momentos, incluso, en los que cuando se encontraba en la pasarela, los gritos adolescentes eran tan fuertes que su voz quedaba completamente eclipsada.
Y aquí viene lo importante: Olivia no solo era cabeza de cartel, era el gran reclamo de esta edición. Su concierto, celebrado tras una inauguración complicada, no solo cumplió con lo prometido, sino que salvó un año sin grandes nombres al nivel de otras ediciones. Para el público, que se volcó desde el primer minuto. Y para el festival, que respiró tranquilo viendo cómo todo, al fin, encajaba tal y como lo habían planificado.
En lo que corresponde al concierto, Olivia Rodrigo apareció sobre el escenario principal a las 23:15, con el recinto ya teñido de morado: pancartas, coronas de purpurina, camisetas, todo hablaba de la conexión emocional que ha construido en tiempo récord. Arrancó con “Obsessed” y la respuesta fue inmediata: gritos ensordecedores, brazos en alto, móviles grabando y una energía que lo envolvía todo. La artista manejó esa intensidad sin perder el control, alternando temas explosivos como “Ballad of a Homeschooled Girl” o “Bad Idea Right?” con baladas introspectivas al piano como “Drivers License” o “Traitor”.
Hubo también espacio para gestos que marcaron la diferencia: saludó en español, bajó al foso, recogió una corona de una fan, estrenó en España “All I Want” y caminó hasta el final de la pasarela para interpretar “Enough for You”. Todo estuvo medido, pero nada se sintió impostado. Su presencia escénica, más sobria que en su gira, fue suficiente para sostener el concierto sin bailarines ni artificios excesivos. Con “Good 4 U” y “Get Him Back!” como traca final, Olivia selló un concierto que, más allá del fenómeno, fue sólido de principio a fin.
¿Lo mejor de todo? Que Olivia Rodrigo no dio un concierto correcto o funcional. Dio un gran concierto pop. De los que no se olvidan en aquellos que la aman. Y no solo salvó la jornada del sábado, como muchos señalaron, sino que volvió a sellar su condición de estrella. Porque sí, ya no es solo una ex chica Disney con talento. Es presente, y seguramente, futuro.
Víctor Terrazas
Justice
El sambenito peor con el que Justice han tenido que luchar desde siempre es el de ser comparados con sus compatriotas Daft Punk y, así, ser considerados algo así como ”unos Daft Punk de marca blanca”. Sin ahondar mucho en el debate al respecto –la superioridad de los creadores de Homework (97) a nivel de estudio es aplastante- sí cabría convenir que el potencial desplegado en esta clausura del Mad Cool 2025 no merece un calificativo por debajo de inconcebible. Sin discusión alguna el sonido más poderoso de todo el festival se desplegó desde el minuto uno con una magnitud inusitada, tanta que hasta amigos míos que estaban viendo a Block Party en la otra punta del recinto podían llegar a escuchar el volumen desplegado por el dúo francés. Los más veteranos recuerdan hace ya bastante tiempo su mítica actuación en carpa en la edición 2018 de este mismo festival. Aquello es todavía recordado por los asistentes y hoy día, con una dimensión artística mucho mayor, reinaron por todo lo alto en la última jornada del festival, enlazando canciones a un nivel atronador recordando los momentos más bestiales de los primeros The Chemical Brothers en directo por momentos. Toda la artillería pesada contenida en † [Cross] (07) hizo acto de presencia superlativa, dejando bastante de lado sus temas más fáciles con jueguecitos de voces, prácticamente a un nivel anecdótico. Mención merece igualmente el despliegue de los engranajes lumínicos y maquinales del escenario, una auténtica pasada que casaba a la perfección con las evoluciones electrónicas que, de nuevo, mostraron ese french touch tan característico en todas sus diferentes facetas por nuestro país vecino. Inmejorable cierre para una edición que, sin apenas verlo venir, ha podido ser una de las mejores vividas en Mad Cool.
Raúl del Olmo
Fotos Mad Cool: Víctor Terrazas, foto portada Luis Carbonell (Mad Cool), Muse (Javier Bragado, Mad Cool), Alanis Morrissette (Javier Bragado, Mad Cool), Nine Inch Nails (TV Alta, Mad Cool)