Golden Fm 95.5- Coronel Du Graty
La pandemia dejó huella en el cerebro, incluso sin contagio
El estrés y el confinamiento aceleraron el envejecimiento cerebral
Un estudio en ‘Nature’ analiza imágenes cerebrales y biomarcadores. Demuestra que la crisis sanitaria provocó daños estructurales equivalentes a 2-3 años de envejecimiento adicional.
María, profesora de 52 años de Buenos Aires, nunca dio positivo por Covid-19. Sin embargo, desde 2021, su rutina se ha vuelto un laberinto de olvidos: pierde las llaves constantemente, se queda en blanco durante clases y siente que su mente “envejece más rápido”.
Al igual que millones de personas en todo el mundo, María vivió los confinamientos con intensidad: aislamiento, miedo a contagiarse, incertidumbre laboral y el peso de educar a distancia a sus hijos. Ahora, un estudio publicado en Nature Mental Health en marzo de 2024 confirma lo que sospechaba: su cerebro, y el de muchos como ella, envejeció prematuramente debido a la pandemia, incluso sin haber tenido contacto con el virus.
El trabajo, liderado por investigadores de las universidades de Oxford y Harvard, analizó datos de 2.500 adultos en 15 países y concluyó que el estrés prolongado, la soledad y la interrupción de hábitos saludables durante la pandemia aceleraron el envejecimiento cerebral en un 25-30%, efecto comparable a 2-3 años de deterioro adicional.
Lo más sorprendente: este impacto fue similar en quienes tuvieron covid-19 y en quienes nunca se contagiaron. “El virus no fue el único culpable. La pandemia como experiencia colectiva dejó una cicatriz invisible en nuestros cerebros”, explica la doctora Elena Martínez, neurocientífica de la Universidad de Barcelona y coautora del estudio.
Redefinir la comprensión del daño
A diferencia de investigaciones previas centradas en las secuelas del long covid, este metanálisis —el primero en escalar globalmente— combinó tres enfoques:
1. Imágenes cerebrales: resonancias magnéticas comparativas mostraron una reducción del 3,5% en volumen del hipocampo (zona clave para la memoria) y del 2,8% en la corteza prefrontal (responsable de la toma de decisiones) en participantes expuestos a confinamientos prolongados.
2. Biomarcadores sanguíneos: niveles elevados de proteína C-reactiva (indicador de inflamación) y acortamiento de telómeros (asociado al envejecimiento celular) en el 68% de los participantes.
3. Evaluaciones cognitivas: tests estandarizados revelaron una caída del 15% en funciones ejecutivas (planificación, atención) y del 22% en memoria episódica.
Los datos se contrastaron con cohortes pre-pandemia (2017-2019), descartando factores como edad, género o patologías previas. “Lo inquietante es que estos cambios ocurren en adultos jóvenes y de mediana edad, no solo en ancianos”, señala el doctor James Wilson, psiquiatra de Harvard y líder del proyecto. “Un hombre de 40 años expuesto a alto estrés pandémico mostró un perfil cerebral similar al de un hombre de 43 años en condiciones normales”.
El estrés como arma de doble filo
¿Cómo puede el miedo o el aislamiento alterar la biología cerebral? Los expertos destacan tres mecanismos clave:
1. Inflamación crónica: el estrés prolongado activa el eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HPA), liberando cortisol en exceso. Esta hormona, en niveles altos, daña las neuronas y reduce la producción de BDNF (factor neurotrófico que sostiene la plasticidad cerebral). “Es como si el cerebro estuviera en modo supervivencia constante, sacrificando funciones superiores para priorizar respuestas inmediatas”, detalla la Dra. Martínez.
2. Reducción de la neurogénesis: estudios en modelos animales vinculan el aislamiento social con una disminución del 50% en la generación de nuevas neuronas en el hipocampo. Durante los confinamientos, la falta de estímulos sociales y físicos agravó este proceso.
3. Alteración del sueño y hábitos: el 74% de los participantes reportó trastornos del sueño durante la pandemia, un factor crítico para la eliminación de toxinas cerebrales como la proteína beta-amiloide (asociada al Alzheimer).
Un hallazgo adicional fue la brecha de género: las mujeres, especialmente cuidadoras no remuneradas, mostraron un deterioro cognitivo un 18% mayor que los hombres, probablemente por la sobrecarga de responsabilidades durante el aislamiento.
Vidas en pausa, mentes envejecidas
En Medellín, Colombia, el ingeniero Carlos Uribe, de 47 años, nunca contrajo el virus, pero tras 18 meses de teletrabajo y confinamiento, comenzó a olvidar fechas importantes y a sentir “niebla mental”. Su resonancia magnética, realizada en 2023, reveló una pérdida de volumen en el hipocampo equivalente a la de un hombre de 50 años. “Al principio pensé que era ansiedad, pero los resultados objetivos me hicieron tomar acción”, cuenta. Hoy, con terapia cognitiva y ejercicio, ha recuperado parte de su funcionalidad.
En Tokio, un estudio paralelo en adultos mayores mostró que aquellos confinados en espacios pequeños sin contacto social tuvieron un doble riesgo de deterioro cognitivo en comparación con quienes mantuvieron interacción virtual regular. “El cerebro humano evolucionó para socializar. Al privarlo de eso, aceleramos su declive”, afirma la doctora Akari Tanaka, geriatra de la Universidad de Keio.
¿Por qué el confinamiento fue peor que otras crisis?
La pandemia difiere de desastres naturales o guerras en tres aspectos críticos:
• Duración: los confinamientos se extendieron meses o años, mientras que otros eventos traumáticos suelen ser episódicos.
• Incertidumbre: la falta de información clara en 2020-2021 generó un estado de alerta constante, más dañino que el miedo a un peligro definido.
• Ataques a la rutina: el cierre de gimnasios, parques y espacios comunitarios eliminó mecanismos tradicionales de afrontamiento al estrés.
“En el terremoto de Haití de 2010, la comunidad se unió para reconstruir. En la pandemia, la solución era no socializar, lo que agravó el daño psicológico”, explica el doctor Wilson. Un dato revelador: los países con confinamientos más estrictos (como Perú o Argentina) mostraron un deterioro cognitivo un 22% mayor que naciones con medidas flexibles (como Suecia).
Descargar archivo
¿Es irreversible el daño?
Algunos expertos advierten sobre sobreinterpretaciones. El doctor Rafael Méndez, epidemiólogo de la UNAM, señala: “Los cambios observados son estadísticamente significativos, pero no equivalen a demencia. El cerebro tiene plasticidad para recuperarse”. De hecho, el estudio encontró que el 40% de los participantes que retomaron actividades físicas y sociales en 2023 mostraron mejoras en biomarcadores.
También hay debates sobre el sesgo muestral: los datos provienen principalmente de clases medias urbanas con acceso a resonancias, dejando fuera a poblaciones vulnerables. “En favelas o zonas rurales, el impacto podría ser mayor por la combinación de estrés pandémico y pobreza”, sugiere la Dra. Martínez.
Hacia una respuesta global
El estudio propone tres líneas de acción:
1. Intervenciones tempranas: programas de estimulación cognitiva para adultos de 40-60 años, grupo más afectado. En España, el gobierno lanzó Cerebro 2030, que ofrece terapias gratuitas a quienes reporten síntomas post-pandemia.
2. Políticas urbanas: ciudades como París y Melbourne están reconstruyendo espacios verdes y centros comunitarios para fomentar la interacción social, clave para la salud cerebral.
3. Educación pública: campañas que normalicen hablar de salud mental sin estigma, como Mentes Fuertes en Chile, que ya ha reducido un 30% las consultas por ansiedad en adultos mayores.
“El daño cerebral no es un destino”, enfatiza la doctora Tanaka. “Pequeños cambios —como caminar 30 minutos al día o aprender un idioma— pueden revertir parte del deterioro”. Un ensayo clínico en Singapur demostró que 12 semanas de meditación redujeron marcadores inflamatorios en un 27% en sobrevivientes de confinamientos.
El legado silencioso de la pandemia
Mientras el mundo debate sobre el long covid, este estudio alerta sobre una crisis paralela: el envejecimiento cerebral colectivo. Si el 25% de la población adulta tiene un retraso cognitivo equivalente a 2 años, las implicaciones económicas y sociales serán enormes. Un informe del Banco Mundial estima que, para 2040, el costo global por deterioro cognitivo post-pandemia podría alcanzar los $1,2 billones en productividad perdida.
Pero hay esperanza. Como ocurrió tras la II Guerra Mundial —cuando la crisis generó avances en salud mental—, esta experiencia podría impulsar una revolución en la prevención del envejecimiento cerebral. “La pandemia nos enseñó que la salud del cerebro es tan importante como la del cuerpo”, reflexiona el Dr. Wilson. “Ahora debemos actuar antes de que el daño sea irreversible”.
Recuperar el tiempo perdido
María, la profesora argentina, hoy forma parte de un grupo de estudio sobre recuperación cognitiva. Con terapia ocupacional y clases de baile (que combina ejercicio físico y socialización), ha recuperado el 60% de su funcionalidad previa. “No quiero que mis nietos me recuerden como alguien que se perdió en su propia mente”, dice.
El estudio de Nature no es una sentencia, sino un llamado a priorizar la salud cerebral en la agenda pública. En una era donde la longevidad aumenta, preservar la función cognitiva no es un lujo, sino una necesidad. Como resume la doctora Martínez: “El cerebro es el último órgano que cuidamos, pero el primero que perdemos. La pandemia nos dio una segunda oportunidad para cambiar eso”.
Mientras los científicos buscan fármacos para revertir el daño, la solución más accesible sigue siendo la que siempre ha funcionado: movernos, socializar y cuidarnos unos a otros. Porque, al final, un cerebro sano no es solo cuestión de neuronas, sino de conexiones humanas.
*Artículo basado en el estudio “Pandemic-related stressors accelerate brain aging: a global longitudinal analysis”, publicado en Nature Mental Health (marzo 2024), entrevistas con expertos y datos de la OMS.
Source