El Hombre Sin Nombre era también El Hombre Sin Baño: los rodajes de Sergio Leone tenían que apestar
A los 24 años, Clint Eastwood tuvo su primera gran oportunidad en el mundo audiovisual: el productor, Arthur Lubin, quedó impresionado con su estatura y su físico… a pesar de que le consideraba un actor pésimo. Fue a clases de actuación semanales, firmó su primer contrato y empezó a ir a castings donde conseguía papeles secundarios. Todo eso cambió en 1959, cuando consiguió el papel del co-protagonista en la serie del Oeste Rawhide (Látigo): Eastwood odiaba a su personaje, Rowdy Yates, pero le dio una fama más allá de toda comprensión. Pero al finalizar los 217 episodios, es cuando empezaron sus dudas. Y ahora, ¿qué?
Tirurirurí, wa wa wa
Eastwood quería evolucionar como fuera: su carrera en el cine se había parado en seco desde el inicio de Rawhide y no quería permanecer encasillado. Pero, paradójicamente, quien le salvó fue… su propio compañero de reparto en la serie, Eric Fleming, que rechazó un papel en un nuevo spaghetti western dirigido por Sergio Leone, pero recomendó a Eastwood, sabiendo que haría muy bien del personaje. La película se llamaba Por un puñado de dólares, y el resto ya os lo sabéis.
No es que Leone estuviera impresionadísimo con Eastwood. De hecho, consideraba que solo tenía dos expresiones faciales: “con el sombrero y sin el sombrero”. Eastwood acabó convirtiéndose en una pieza clave de la “trilogía del dólar”, y se metió tanto en su personaje, El Hombre Sin Nombre (aunque tenía nombre en todas ellas, pero bueno, ese es otro cantar), que llegó a llevar el mismo poncho en todos los rodajes, sin limpiar ni lavar una sola vez. Le daba carácter, al fin y al cabo.
La jugada le salió bien: Eastwood utilizó el dinero que ganó haciendo esta trilogía en fundar su propia productora, Malpaso, que a partir de ese momento financiaría sus películas, incluyendo el debut como director en 1971, Escalofrío en la noche, que demostró que era mucho más que un simple actor de western. Hoy, a los 95 años, sigue sin querer retirarse. Y, sinceramente, ojalá siga así muchos años más.