El director había demostrado al mundo que ‘El Señor de los Anillos’ no era imposible de adaptar, pero su regreso a la Tierra Media no pudo repetir el éxito
A principios de los años 2000 Peter Jackson consiguió lo que hasta entonces no había conseguido nadie pese a los numerosos intentos: llevar a la gran pantalla, y en forma de película de acción real, una de las más grandes obras de literatura fantástica de la historia, El Señor de los Anillos de J.R.R. Tolkien.
El director neozelandés adaptó la obra de Tolkien en tres películas –La Comunidad del Anillo, Las dos torres, El retorno del Rey– que rodó al mismo tiempo y demostró que no era imposible. De hecho, las películas fueron un rotundo éxito entre fans y no fans de la novela original, recaudando 2.964 millones de dólares en todo el mundo. La última entrega de la trilogía es, además, una de las películas con más premios Oscar de la historia, 11, empatada con Ben-Hur y Titanic. No obstante, El Señor de los Anillos: El retorno del rey es la única que tiene el honor de ser la única que ganó en todas las categorías en las que estaba nominada.
Sin embargo, la cosa no fue tan bien en su regreso a la Tierra Media unos años después. Peter Jackson también se encargó de la trilogía de El Hobbit, estrenada también a una película por año entre 2012 y 2014, pero aunque fue un éxito económico el resultado no fue tan bueno ni de cerca. Ni la crítica ni los espectadores apreciaron especialmente la adaptación y el propio Jackson reconocería que había realizado las películas de forma apresurada.
Lo hizo en un vídeo detrás de las cámaras para los extras del DVD de La Batalla de los Cinco Ejércitos, última de la trilogía, en la que reflexionó sobre la diferencia de tiempo con el que contó en ambas producciones. Mientras para la exitosa trilogía cinematográfica de El Señor de los Anillos contó con tres años y medio de preparación, en el caso de El Hobbit asumió la dirección en 2010 tras la marcha del director mexicano Guillermo del Toro y prácticamente no tuvo tiempo para preparar su visión antes de comenzar el rodaje.
“Como Guillermo del Toro tuvo que irse y yo me hice cargo, no retrocedimos un año y medio y me dieron un año y medio de preparación para diseñar la película, que era diferente a lo que él hacía”, reveló Jackson en el vídeo tal y como recogería The Guardian en 2015. “Era imposible, y como resultado de ello, empecé a rodar la película sin tener casi nada preparado”.
Según Jackson, la falta de tiempo le hizo tener que improvisar demasiado a menudo, lo que le hizo trabajar bajo presión y completamente desorientado en el set: “Ibas a un set y improvisabas, tenías escenas tremendamente complicadas, sin guiones gráficos y lo estabas creando en el momento […] Pasé la mayor parte de El Hobbit sintiéndome desorientado […] incluso desde el punto de vista del guion, Fran [Walsh], Philippa [Boyens] y yo no habíamos escrito todos los guiones a nuestra entera satisfacción, así que era una situación de mucha presión”.
Al final, el caos en el set terminó con un retraso de cinco meses en el rodaje de la tercera película, puesto que, tras haber improvisado todo, terminó asumiendo que tenía que parar la producción para decidir cómo rodaba la última batalla.
Habíamos previsto dos meses de rodaje para eso en 2012, y en un momento en que estábamos a punto de terminar, fui a nuestros productores y al estudio y les dije: ‘Como no sé qué diablos estoy haciendo ahora, porque no tengo guiones gráficos ni preparación, ¿por qué no terminamos antes?’
Y fue así como consiguió ganar más tiempo: “Y ese retraso le da tiempo al director para despejarse y tener un tiempo de tranquilidad para que surja la inspiración sobre la batalla y empiece a concretar algo”.
La trilogía de El Hobbit contó con un presupuesto de aproximadamente 700 millones de dólares, mucho más del doble de su predecesora, pero acabó recaudando 2.938 millones de dólares en todo el mundo. No obstante, ninguna de ellas fue especialmente bien acogida, siendo la mejor valorada la segunda entrega, El Hobbit: La desolación de Smaug.