Un documental en el que el músico, además de hacer un recorrido por su vida y carrera, habla de la lesión irreversible en su cuerda vocal izquierda y reflexiona sobre el futuro
“De todos los órganos importantes que puedes perder, el ojo es el único en el que tu vida va a ser exactamente igual”. Miguel fue el niño con más suerte del mundo. Esa frase se la dijo el celador del hospital en el que le metieron corriendo a quirófano. Él y su primo estaban jugando con una pistola de perdigones. Pensaban que no estaba cargada, pero lo estaba. Por eso Miguel perdió un ojo, el izquierdo. Tenía 12 años cuando ocurrió. El suceso y las palabras del celador fueron un aprendizaje que le ha ayudado a lo largo de su vida. También ahora, cuando otra parte de su cuerpo, la que utiliza para trabajar, le está dando problemas.
El Miguel que perdió el ojo es José Miguel Conejo Torres, más conocido como Leiva. El cantante muestra su momento más vulnerable en el documental Hasta que me quede sin voz, un largometraje en el que el músico, además de hacer un recorrido por su vida y carrera, habla de la lesión irreversible en su cuerda vocal izquierda y reflexiona sobre el futuro. El documental no sigue la estructura clásica en el que el protagonista y los que le conocen hablan a cámara. Aquí se sigue a Leiva y a su voz en ‘off’, que se encarga de contar y explicar lo que le está ocurriendo.
“La única forma de continuar es meterme en un quirófano cada vez que salgo de gira”, afirma Leiva. El documental arranca con él de conciertos y más proyectos en marcha, pero también con una fecha: la de la operación que le ayudará a no perder la voz. Porque Leiva, ha llegado a un punto en el que si la fuerza demasiado, se queda afónico.
“Hace mucho que ya no es un placer libre cantar”

Movistar Plus+
Dirigido por Lucas Nolla, Mario Forniés y Sepia, el documental se adentra en la vida de Leiva, en su día a día, en sus escapadas a la montaña -que son curativas para él-, en su familia y en sus obstáculos. El músico habla de la relación con su primo, de cómo formó su primer grupo Malahierba, de lo que pasó después con Pereza y de sus problemas con la ansiedad, que comenzaron de joven y se mantienen. Sus ataques siguen siendo igual de fuertes que cuando era un crío y su manera de paliarlos es con el alcohol, con una botella de vino diaria. “El antídoto perfecto”, señala.
Leiva no solo acarrea una lesión en su cuerda vocal, es que también lleva tiempo con problemas intestinales y de insomnio. Ni con un diazepam de 10 miligramos que es, como dice él, “como si te dieran una piedra en la cabeza”, consigue dormir. La relación de Leiva con Joaquín Sabina es otro de los elementos que explora Hasta que me quede sin voz. “Se convirtió en familia”, reconoce el músico, que cuenta cómo surgió esta amistad que se transformó en algo mucho más.
“Las conclusiones que saco de la gira son angustiosas”, afirma Leiva. “Pensar que cada vez que voy a salir de gira me voy a tener que operar, obviamente, reduce mucho la diversión y la espontaneidad y las giras ya no son lo que eran”. Leiva se lamenta: “Hace mucho que ya no es un placer libre cantar y cerrar los ojos y transitar por las notas como quien baila”. Pese al mal pronóstico, Leiva tiene algo claro: él está aquí para hacer música y no le importa tener que dejar de cantar y ganarse la vida como batería. La va a seguir haciendo con o sin voz.