En uno de sus últimos conciertos antes de afrontar un parón de unos cuantos meses, -hasta febrero del año que viene-, Sílvia Pérez Cruz presentaba su espectáculo ‘Canciones’ en un Teatro Cervantes lleno hasta la bandera, que la acogió dentro de la programación de su siempre interesante ciclo Singulares.
Abrigada por una banda de lujo conformada por Marta Roma (Célico), Bori Alvero (contrabajo), y Carlos Montfort (violín), la artista catalana ofreció un exquisito recorrido por canciones propias y lujosas revisiones de clásicos que encuentran en su voz un acomodo exquisito que fluye de manera natural y familiar.
La intro estableció el tono que ya no abandonaría en toda la noche, marcado por la elegancia y la sutileza. Fue con la desnuda interpretación de “Estrella”, brillante versión de un tema de Enrique Morentecon la que nos cogió de la mano para brindarnos un delicioso paseo por los recovecos de una trayectoria caracterizada por su impronta, bañada por multitud de referentes de las músicas populares de medio mundo y enriquecida con elementos de la poesía que visten su discurso de una riqueza lírica abrumadora.
Jugando con los espacios para crear diferentes ambientes, acarició las tonalidades acústicas con “Pastores”, la catártica “Iglesias” dedicada a su fallecido amigo Sergi Iglesias y marcada por las continuas referencias a esos recuerdos que forjaron una amistad referencial para la de Palafrugell. Su último disco, el excelente el excelente Sílvia & Salvador (Warner Music, 2025), en colaboración con Salvador Sobralnace la enorme complicidad entre ambos compositores, y se nutre de diferentes estilos como la habanera, la ranchera o la chanson.
El pulso subió con “Mechita” , vals peruano capaz de remover los cimientos con su alma cargada de sentimiento cantándole a un amor seguramente imposible, antes de que el concierto entrara en una fase de puro éxtasis en el que atacó monumentos hechos canción del calibre de “Pequeño Vals Vienés”, “Tots Els Finals Del Món”, “Pena Salada”, la torrencial sacudida a “La Llorona” o ese “Nombrar Es Imposible” al que acudió para descolocar a sus músicos al saltarse el orden previsto en el setlist, como si de una llamada a la calma se tratase, tras el derroche de duende y talento con el que creó un remolino capaz de tender puentes entre culturas y artistas con esa admirable facilidad con la que hace las cosas. “Capitana” reclamó entonces su protagonismo presentada con brillo y calidez.
No faltaron las referencias a la terrible realidad que vive el pueblo palestino, con una interpretación del “Gallo Negro, Gallo Rojo” de Chicho Sánchez Ferlosio, que puso en pie a una audiencia absolutamente entregada y que llevaba ya muchos minutos deseando devolver a la artista una pequeña parte de lo que estaba recibiendo en forma de sonada ovación. Aquello fue una liberación redentora que vino a reivindicar una vez más el papel necesario de la cultura como altavoz para expresar emociones y sentimientos que se niegan a dar la espalda a episodios de la historia tan atroces como este al que asistimos desde hace ya demasiado tiempo.
Llevados en volandas por un público que se negaba a abandonar sus butacas, el cuarteto siguió a lo suyo, desgranando un abanico de incunables que encontró su traca final en la dupla “Cucurrucucú Paloma” / “Mañana” que desató una catarata de aplausos interminable, mientras sobrevolaba la sensación de que Sílvia Pérez Cruz sigue siendo una maestra a la hora de moldear la tradición acariciando multitud de géneros y estilos con un magnetismo distintivo y desprovisto de artificios.
Foto Sílvia Pérez Cruz: Jose Megía