
París es conocida frecuentemente como la ciudad de la luz, donde la iluminación pone de relieve una superficie aparentemente idílica y hasta romántica. La realidad es que debajo de la misma hay todo un mundo oscuro que se mantuvo en secreto durante años, conectando a personas y actos clandestinos formando una especie de vida paralela.
En las catacumbas de la ciudad hay casi 300 kilómetros de túneles subterráneos, empleados a menudo como refugio de bandidos, contrabandistas y hasta de santos, tratando de pasar desapercibidos. En esta área se encuentran los huesos y calaveras de al menos seis millones de parisinos, así como rincones empleados para tener un especio sacrosanto donde desarrollar una cultura propia.
Otra cultura diferente
Parte de las catacumbas están abiertas al público, pero muchas están vetadas y sólo accesibles oficialmente por los policías que intentan descubrir si siguen empleándose los túneles para actividades delictivas. Hace más de 20 años, en una de estas patrullas por las zonas no descubiertas de la París subterránea, se encontró un fascinante hallazgo de la vida clandestina.
Para no perder acceso a la cultura cinematográfica, en la zona bajo la plaza del Trocadero se elaboró un cine para alrededor de treinta personas, elaborado a partir de rocas y de madera para elaborar asientos confortables. Fue más que tener un espacio donde proyectar las imágenes, ya que el complejo encontrado en 2004 tenía un bar, un restaurante y hasta habitaciones anexas. Ahora hay incluso un extintor de incendios.
Muchos artistas clandestinos aprovecharon equipamiento abandonado y, tras elaborar la instalación eléctrica, fueron capaces de ver desde clásicos del cine noir de los años cincuenta hasta thrillers contemporáneos. Sin embargo, el experimento se detuvo una vez vieron que iban a ser descubiertos, cortando la electricidad y llevándose parte del equipo, poniendo fin a una de las maneras más curiosas posibles de ver cine en París.
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