Una película que es una locura visual, una historia de amor épica y una fiesta de clichés de Besson

Están siendo unos años de recuperar grandes iconos del terror en el cine. El año pasado Robert Eggers estrenó Nosferatu y en el pasado festival de Venecia Guillermo Del Toro presentó Frankenstein, que llegará a cines selectos el 23 de octubre. Ahora le toca el turno a Luc Besson, que llega a Sitges con Drácula, su nueva adaptación de la novela de Bram Stoker. Besson ha declarado que se ha centrado en la parte más romántica de la historia, dejando el lado terrorífico aparte. Y, de hecho, el subtítulo, Una historia de amor, ya nos viene avisando.
Para Tomás Andrés, Drácula es una película que se disfruta a ojos de un fan de lo fantástico y el cine kitsch de Besson. Si buscas solemnidad, no es algo que encontrarás aquí.
Como decimos, a la dirección de Drácula está Luc Besson, un cineasta francés que ha cultivado el fantástico prácticamente en todos sus subgéneros, por lo que podríamos considerarlo “uno di noi”. Suyas son El quinto elemento, Lucy o Arthur y los Minimoys. También está detrás del desastre en taquilla que fue Valerian y la ciudad de los mil planetas, la cual casi se lleva por delante el cine francés de gran presupuesto. Por lo que es encomiable que el director y su productora se hayan metido en la complicada tarea de hacer rentable una nueva versión de Dracula.
Pero vamos a desgranar esta nueva versión de Bram Stoker: ¿es una historia de amor épica?, ¿una fiesta de todos los clichés de Besson?, ¿un locura visual? Pues es todo a la vez. Dracula: Una historia de amor es una mezcla de drama, romance, terror y un poquito de fantasía. La idea es mostrar un lado más humano y “apasionado” de Drácula. De hecho, Besson ha asegurado que él no es fan del personaje, pero ha querido usarlo para hablar del amor inmortal, el paso del tiempo, la obsesión… y vestirlo todo de negro con colmillos.
La película es todo un delirio visual. Tiene unos escenarios cuidados, vestuarios elegantes, castillos, velas, niebla… Si lo que buscabas era una experiencia visual “gótica romántica”, la tienes al completo en esta cinta que es, además, todo lo ‘kitsch’ que se puede esperar del responsable de El quinto elemento. Tiene escenas exageradas y cursis que en Sitges han levantado el aplauso del público.
Lo mejor de la película es su casting y es que a pesar de la dentera que me suelen dar Caleb Landry Jones y Christoph Waltz están muy bien en sus papeles de Dracula y un sacerdote anónimo (que podría ser Van Helsing). El primero nos da un frágil, intenso y retorcido. Cada vez que aparece en pantalla, la cinta sube de nivel. Tiene una energía muy particular, como si fuera un poema gótico con patas. Waltz, por su parte, también cumple con creces como siempre.
Besson filma como si estuviese haciendo una película de los 90 y si se afronta como un disfrute sin pretensiones, se agradece.