Derrickson y Cargill han querido ampliar el universo del Captor llevandolo a un plano aún más sobrenatural

En 2012, el director Scott Derrickson nos aterrorizó a todos con Sinister, una de las películas de género más terroríficas del siglo XXI y de esas historias con un halo maligno que no olvidas fácilmente. Una década después, el director volvió a ganarse a la crítica con Black Phone, acerca de un secuestrador y asesino en serie de niños que recorre el estado de Colorado con una máscara y una furgoneta.
Como no fue nada mal en taquilla, el estudio propuso una secuela y, aunque no estaba en los planes de Derrickson en un principio, accedió después de que Joe Hill, autor del relato en el que se basa, le contactara con una idea. Ahora Black Phone 2 está a punto de llegar a los cines -lo hará el 24 de octubre-, pero Tomás Andrés la ha podido ver en el Festival de Cine de Sitges.
¿Qué nos cuenta esta segunda entrega? Finney, el niño protagonista de aquella primera parte es un adolescente que trata de volver a tener una vida normal. Pero, sin embargo su herman Gwen, empieza a tener extraños que le trasladan a un campamento de montaña llamado Alpine Lake. Como no puede librarse de esas visiones cada noche, convence a Finney y a un pretendiente que tiene en el instituto para ir a aquel sitio, pese a que hay un temporal de nieve. Allí descubrirán un oscuro secreto que conecta al siniestro Captor o Grabber de la primera entrega con su familia.
Una secuela arriesgada, con buena atmósfera y actores… que no acaba de funcionar
Derrickson -y su guionista habitual C. Robert Cargill– han encontrado la manera de estirar el chicle. Aunque me ha convencido la propuesta menos aún que la primera entrega, sí es más arriesgada.
Derrickson y Cargill han querido ampliar el universo del Captor llevandolo a un plano aún más sobrenatural que en la primera entrega y relacionando al personaje con la familia de Finn y Gwen. Pero la película va poco a poco desinflandose y acaba cayendo por momentos en el tedio y la saturación por repetición. Parece que todo pasa porque sí y el director y su guionista empujan a los personajes y a la narrativa a una serie de ‘deux ex machina’ muy palpables.
Por no hablar de su mensaje religioso. Esta es la película más cristiana del director desde Líberanos del mal. Todo la acción se desarrolla en un campamento cristiano repleto de simbología religiosa, se habla demasiadas veces del cielo y del infierno e incluso los personajes citan pasajes de la biblia en muchos fragmentos. Por un momento he llegado a pensar que al meter al asesino de chavales en el campamento cristiano, Derrickson estaba queriendo hacer una metáfora para denunciar las fechorías que la Iglesia realizaba en este tipo de lugares. Pero no ha sido así. Su mensaje no es nada sutil.
Puntos positivos son su diseño y ambientación que son verdaderamente terroríficos y es algo que el equipo siempre ha sabido imprimir en sus obras. La manera en la que Gwen tiene estas visiones, esas pesadillas que parecen rodadas con una cámara Super 8, ponen la piel de gallina. Esas escenas tienen un aire a la ya citada Sinister.
Otro gran acierto llega en el plano actoral. Los actores cumplen bastante bien, sobre todo la protagonista Madeleine McGraw. Sin embargo, solo vemos a Ethan Hawke bajo la máscara del demonio que usa el captor con lo cual eso también es algo que perdemos.
Nos despedimos de Sitges con esta secuela arriesgada que no llega a funcionar del todo, pero que los fans de la obra de Derrickson pueden encontrar estimulante.