En la ciencia ficción, un mecha es un vehículo de gran tamaño controlado por seres humanos. Los fans de Neon Genesis Evangelion lo saben bien. También forma parte del título del nuevo álbum de Salvi, Adri y Elinor, Oficina de Turismo [Trippin’ You], junto con la palabra “RADIO”. Eso es lo que representa el disco a nivel conceptual: una transmisión perdida por el espacio en un mundo en el que la Tierra ha quedado destruida y los seres humanos se han fusionado con las máquinas, pilotando mechas por toda la eternidad.
Visto así, parece que la droga de la que tanta apología hacen a lo largo de su ya nutrido repertorio no les ha sentado bien. O que el argumento es un poco kitsch, al mirar lo mucho que triunfan las narraciones distópicas en nuestra era. Lo cierto es que tras Vaciador (2023) no podía haber mejor continuación posible. Este nuevo álbum se siente como una perfecta síntesis del resto de su discografía a la par que abre un camino nuevo bajando las revoluciones. A nivel conceptual, extienden una metáfora inspirada (como de costumbre) en lo que queda después de la destrucción, ese himno que todavía sus fans cantamos en los conciertos como si nos estuvieran pegando una paliza.
“Destrucción” es la palabra. Vivimos en un mundo en el que cada vez es más difícil habitar, tanto a nivel medioambiental como económico (por no entrar en lo psicológico). “Por qué te ríes así, si el mundo está roto / dime por qué ríes así, enséñame cómo”, canta Salvia en los últimos compases del disco, en “Furia Cigarro”. Una risa que puede ser síntoma del cinismo contemporáneo, o de algo mucho peor: la conciencia de que todo está mal y no se va a arreglar. Pero no nos apresuremos, porque como ellos mismos manifiestan, es un álbum que debe escucharse en orden de principio a fin, y pese a su agonía, hay luz al final del túnel.
Nada más arrancar el viaje a bordo del mecha, se oyen los primeros latigazos electrónicos, muy cercanos a las primeras producciones de Arca o a los arpegios cósmicos de Caterina Barbieri. También hay pasajes de dubstep e incluso acústicos, con guitarras lo-fi, un recurso impensable en sus anteriores discos, y que luce de maravilla, sacando a pasear el fantasma de Juntas de Canadá.
“Hay algo roto aquí, y no sé bien por qué”, se lamenta Adri en las primeras barras del disco, pertenecientes a “GIGAMUERTE”, mientras una base de UK Garage sirve de colchón rítmico a una letra que expone esa crisis existencial perenne que no se sabe muy bien qué es ni de dónde viene. Lágrimas de sintetizador abren “urusai”, el hit del disco. El espíritu de Alicia de vidrio (Castillos de cristal) se apodera de eli al final para recordarnos por qué siguen siendo los mejores al encarnar esa pose vitalista y trágica, erigiéndose como representantes de todos los niños tristes repartidos por el mundo que tan solo quieren pasárselo bien.
“Dos Gusanos”, el primer single escogido, es un medio tiempo que recuerda a leyendas del darkwave (Décima Víctima o los propios La cura), y a su vez a bandas amigas y actuales que recogen parte de esa herencia, como La Plata. El bajo de Salvia cabalga a lo largo de toda la canción mientras la voz de Adri se hunde en lamentos durante los estribillos. Sin duda, de los mejores temas de su carrera. Tan pronto como termina, nos damos de bruces con “Traje de Rayas Beige”, que perfectamente podría pertenecer a sus colegas de Somos La Herencia, dos bandas hermanas que nacieron casi a la vez en el underground madrileño, y con los que comparten una sensibilidad musical y estética muy similar. VVV regresan así a su lado más pérfido, con unos bajos de post-punk robustos, mientras la voz no deja de incitar al consumo de drogas. “Ten cuidado no te esnuques, el columpio cada día es más peligroso y los niños más violentos”, advierten.
Llegamos a la mitad del álbum, y tras sacar la ametralladora, emerge el ambient. “Aki Kaurismäki” es un lago de sonido en el que dulce es bañarse, al igual que las películas del director finlandés. Glitches y exabruptos mecánicos acompañan a unos pads angelicales a lo largo de todo el drone, regresando al concepto del álbum: un mecha derrapando por el hiperespacio que deja una estela de armónicos azul violeta. Una producción musical exquisita, que más que ir de menos a más (como suele suceder con este tipo de composiciones) parece un collage de sintes glitcheados y luego fundidos en el reverb.
La segunda parte de MECHARADIO es más contenida, con baladas como “Termita”, que recuerda al “Monstruo”, de Turboviolencia (2022). Lo que parece ser la introducción de un tema de nu-metal de comienzos de los 2000 acaba derivando en un medio tiempo espacial. Todo ello para llegar a un mensaje que se cuela en la radio del mecha:
“¿Quieres defender Europa? ¿Temes al enemigo? ¿Quieres acabar con él sin salir de casa? Suscríbete al Ejército. Desde 19.99 al mes podrás ser un buen patriota sin moverte del sofá. Con tu suscripción compraremos drones y mechas que exterminarán a esas ratas en tu nombre. Suscríbete a la libertad, suscríbete al ejército”.
Esta crítica contra los embajadores nacionales e internacionales de la LIBERTAD (tan madrileña) dan paso de nuevo a una breve introducción de guitarra hacia un bolero bakala cantado por eliquien a viva voz nos invita al baile en “Sueños de Suero y Aceite”. Y otro regreso a la guitarra. “Mao enamorado pilotando un Mecha”, cuyo título parece sacado de un álbum de Viva Belgrado, es una balada synthwave en la que Adri regresa a la lírica más clásica del grupo: “Solo sé sobre la guerra, no me puedo imaginar la paz”. Ecos de Kavinsky o Beach House.
A medida que va terminando el disco, la compresión lo-fi aumenta, dándonos la sensación de lejanía. En “Furia Cigarro”, Adri espeta cuatro “hijos de puta” en una de sus estrofas, así como homenajes velados a episodios antiguos de la historia de la banda: “En estos años raros, en los que llevo huyendo de lo que conseguí, no he perdido dolor, me cuesta menos odiar, hacerlo sin motivo, antes yo no era así”. Por último, “Zafiro” ahonda más en la manía persecutoria que persigue a Adri desde el inicio, quien con guitarra acústica se sincera: “A veces la rabia que llevo dentro, me impide ver todo el amor que puedo dar”. Es posible que nunca se hayan mostrado tan abiertos emocionalmente. En los últimos compases, una tímbrica lo-fi y sonido de orquesta que recuerda al Punto Oneothrix Nunca más actual ponen el punto y final.
Detrás de esa máscara autodestructiva y a veces cruel, empeñada en amar por siempre y odiar frontal, se esconde una personalidad herida a la que le cuesta salir hacia fuera o sobreponerse. Un grito existencial que usa la debilidad como fortaleza y que resuelve el conflicto siempre latente en su discurso, un conflicto que hace tiempo alcanzó las cotas de lo generacional. Puede que estemos ante su mejor álbum; a nivel sonoro, es más completo que los anteriores, con ese registro acústico y lo-fi. Y, en lo que se refiere a lo conceptual, sintetiza a la perfección todo el universo Oficina de Turismo [Trippin’ You], mirándose de frente y sin miedo, abrazando las contradicciones y las dudas, avanzando en el entendimiento del trauma colectivo que vivimos todos los que les seguimos.