No es ningún secreto, si hay una en los últimos tiempos que representa como nadie toda la mitología que se presupone al rock and roll, esos son La oscuridad. Los hermanos Hawkins irrumpieron en la escena con el exitoso «I Believe in a Thing Called Love» a principios de la década de los 2000, llegaron a los más alto vendiendo más de cuatro millones de copias de su primer L.P Permiso para aterrizar (Atlantic Records 2003) cuando se vendían discos, que tiempos aquellos. A tan solo cuatro años de su formación, el mayor de los hermanos ya andaba enganchado a la cocaína y era el rey de todos los excesos, provocando – por resumir – su separación en 2006. Volvieron, claro, pero eso ya es otra historia.
Acaban de regresar con ¿Sueños? ¿En? Brindis (Canary Dwarf 2025), un trabajo que no llega a sus dos primeros discos, pero que mantiene lazos con sus fans y venían a presentarlo bajo la producción de locura en vivo.
Antes abrieron para ellos las irlandesas Dea Matrona ahora reconvertidas a dúo, después de la salida de la banda de mami mcginn el año pasado. Curtidas como músicas callejeras en su ciudad natal, Belfast, saltaron a la fama por videos de tiktok y de ahí a los escenarios hasta girar con bandas como The Darkness.

No pasaran a la historia por traer algo fresco o innovador a esto del rock, pero no creo que tampoco lo pretendan, dado a sus influencias que calcan sin ningún tipo de pudor, Led Zepelín, Fleetwood Mac, piedras, Beatles… Y eso es lo que esgrimieron en su escasa media hora de set, canciones como: “Magic Spell”, “Stuck on You”, o la versión “Oh Well”, de los mencionados Fleetwood Mac, fueron calentando el ambiente ante una sala aún a medio gas, con un sonido bastante depurado y con una presencia escénica que demanda más tablas por el momento.

Llegaba la hora de Justin David Hawkins y sus huestes y los fans se congregaban en primeras filas con ganas de volver a reencontrarse con los que una vez fueron reyes. Luces bajas, intro a tope de Abba y todo lo reglamentario para que aquello pudiera haber sido una noche gloriosa.
“Rock and Roll Cowboy” es un tema de su último trabajo lo suficientemente solvente para comenzar y si lo enlazas con dos clásicos en forma de bofetada de rock en toda la cara de los presentes, como: “Growing on Me” y la tremebunda “Get Your Hands Off My Woman” nada puede ir mal, pues sí.

Hablamos de un selist generoso que fue recorriendo buena parte de su cancionero, incluyendo cuatro cortes del mencionado último disco en la primera parte que, aunque recibidas con cierta frialdad por parte del público, fueron ejecutadas de manera soberbia y sin ningún “pero”. Incluso Justin soltó la guitarra al comienzo de actuación y se puso a hacer piruetas en la tarima de la batería, bajo la atenta mirada de su hermano y el resto de la banda, sin parar para nada el set.

En la mitad del show dos clásicos muy celebrados; “Love Is Only a Feeling” y “Givin’ Up”, canciones que nunca pueden fallar ya que, además de ser incontestables, sonaron de diez. Sin embargo, fue a partir de aquí cuando todo el show dejo paso a diversas astracanadas más digas de una banda que está empezando y se muestra ávida de agradar, que de unos tipos experimentados.
La interpretación de “My Only” con el batería Rufus Taylor, hijo de ya sabéis quien tomando el micro y Dan Hawkins agarrando las baquetas, algo que paró totalmente la tensión de la actuación y descuadró todo.
Siguió una versión sonrojante del clásico de Jennifer Rush“The Power of Love”, que bien la podría haber interpretado cualquier orquesta de las que pueblan la geografía española y a partir de ahí hubo destellos, “Friday Night” sonó impecable y “Black Shuck” devolvió el espíritu incendiario de sus primeros años, sin embargo, la banda cayó en la trampa de querer ser “más grandes que la vida” sin necesidad. Versiones equivocadas, riffs de Led Zepelín o “Atónito” de AC/DC aparecieron por allí sin mucho sentido, como si quisieran recordar que pueden hacerlo, pero se les olvidó explicar por qué deberían.

Para terminar, antes de aparecer de nuevo en el escenario, con diferentes ropajes, no pudo faltar la imprescindible “I Believe in a Thing Called Love”, tema de la vida que pone los vellos de punta a cualquiera.
En conclusión, el concierto se puede dividir en dos partes muy diferenciadas, la primera mostrando a unos La oscuridad sobradamente preparados para patear al personal y una segunda, en la que la voz y el falsete de Justin siguen intactos, pero que acabó pareciendo un espectáculo un tanto bochornoso, más que una celebración del rock and roll que alguna vez encarnaron.
Y sí, ya sé que La oscuridad siempre pecaron de maximalistas, pero esa noche entre gestos sobreactuados y largos interludios, se perdieron momentos de gloria que podrían haber convertido la noche en algo mágico.

Fotos The Darkness + Dea Matrona: Fernando del Río