Estrenada en 1999, fue la carta de presentación definitiva de M. Night Shyamalan, que escribió y dirigió una historia tan inquietante como emocional

Ojalá poder viajar a una época en la que no conozcamos el final de El sexto sentido para poder sorprendernos de la misma manera en que lo hicieron nuestras inocentes mentes tras su estreno en 1999. La película fue la carta de presentación definitiva de M. Night Shyamalan, que escribió y dirigió una historia inquietante y emocional, pero sobre todo… inesperada. Si hay una película que marcó una generación, es ésta.
Lo que realmente convirtió a El sexto sentido en un fenómeno cultural no fue solo su éxito en taquilla, sino la forma en la que Shyamalan representó lo sobrenatural. Alesya Makarov analiza en una nueva pieza de No es como las demás la película de fantasmas que lo cambió todo y que, más que hablar de entes espectrales, aborda temas como el miedo, la soledad o la dificultad para comunicarnos con nuestros seres queridos.
Desde niño, Shyamalan había sentido una fascinación casi obsesiva por todo lo sobrenatural, y cuando era pequeño, por supuesto, le aterraba de miedo. Pensó que sería un buen punto de partida explorar ese miedo a lo sobrenatural en un guión de película. No llegó de golpe: Shyamalan lo reescribió varias veces desde cero, insatisfecho con los resultados, y ya cuando iba por el cuarto borrador de su historia dio con una idea que ya le iba pareciendo más interesante: la idea de un niño que es tan compasivo, que precisamente por eso es el elegido para recibir el don de poder ver y hablar con los muertos. El personaje de Cole se iba formando a través de esa idea, y Shyamalan siguió su hilo preguntándose quién es Cole y cómo es este personaje.
El director se dio cuenta de que había escrito una de sus historias más personales y, de hecho, la película se desarrolla con dos versiones de sí mismo: el Cole niño que había sido vulnerable y el Malcolm adulto que intentaba comprenderle. Con este libreto viajó a Los Ángeles con su esposa y su bebé para intentar sacar adelante la producción.
Disney despidió a la persona que compró el guion, pero después se benefició a lo grande
Aún no tenía mucho nombre en la industria, aparte de haber reescrito Stuart Little, una película que terminó recaudando 300 millones de dólares, pero la respuesta fue inmediata. Estudios como Columbia, DreamWorks, New Line Cinema y Disney se interesaron por el proyecto, pero Shyamalan puso dos condiciones: ser él el director y contar con un presupuesto mínimo de un millón de dólares. Disney, a través de su sello Hollywood Pictures, se quedó con el libreto de una manera poco ortodoxa. Resulta que David Vogel, presidente de producción de Disney en ese momento, compró los derechos sin pedir permiso y saltándose la jerarquía, así que terminó despedido unos días después. La compañía decidió entonces vender los derechos de producción a Spyglass Entertainment, aunque mantuvo la distribución y un porcentaje de la recaudación.
A pesar de este pequeño tropiezo al comienzo de su andadura, El sexto sentido fue un antes y un después para todos los que participaron en ella. Para Shyamalan significó convertirse, de la noche a la mañana, en “el nuevo Spielberg”, un director que con una sola película se ganó un lugar en la historia y que, para bien o para mal, viviría desde entonces bajo la sombra de aquel giro inolvidable.