Con las luces encendidas y el piano y la guitarra ya deshabitados, un pequeño grupo de italianos, entre el asombro y la perplejidad, nos preguntó en español: “¿Y cómo conocisteis a Giorgio Poi?”. Una pregunta cargada de cariño, pero también reflejo de la desconexión cultural que vivimos. Detrás de ella se intuía algo más profundo: la constatación de que hay escenas musicales que, pese a la cercanía geográfica y lingüística, hoy nos parecen más lejanas que nunca. Llevamos décadas así, y quizá tengamos que asumirlo: el pop italiano ya no ocupa un lugar en nuestros corazones ni en nuestras listas de reproducción. Pero, a veces, esas fronteras se desdibujan cuando la música nos encuentra de manera inesperada.
No siempre fue así. Hubo generaciones que bailaron italodisco en las discotecas de la costa, que descubrieron en Franco Battiato un pop culto, en Fabrizio De André un compromiso político y poético, y que cantaron los himnos románticos radiofórmulescos de Eros Ramazzotti O Jovanotti. Pero algo cambió. En un mundo que se supone hiperconectado, en el que podemos bailar un hit llegado de las Islas Salomón, dejamos de mirar hacia los países que tenemos al lado: Portugal, Francia, Italia…
La explicación tiene varias capas. Por un lado, el dominio absoluto del mercado anglosajón, que convierte a Londres, Los Ángeles o Nueva York en los centros culturales que marcan la única tendencia global. Por otro lado, una escena independiente nacional que, con los años, se ha asentado y dejado de mirar hacia fuera, junto con el redescubrimiento de la música en español proveniente de América Latina. Algo positivo, sí, pero que también ha cerrado la puerta a otros diálogos a los cuales deberíamos centrar también nuestra atención.
Por eso no sorprende que nombres como Giorgio entonces, Joan Thiele, Coca Puma, Andrea Laszlo De Simone, La Niña, Franco126 O Lucio Corsi (algo más conocido gracias a Eurovisión) sigan siendo casi invisibles en España. Y es una desconexión recíproca: en Italia, pocos parecen haber escuchado a Rufus T. Luciérnaga, Pumuky, Carlos Ares, PabloPablo O Rusowskyresponsables de algunos de los mejores discos españoles del año. Dos escenas que se dan la espalda, a pesar de la proximidad que las une.
A los italianos solo pude responder que descubrí a Giorgio Poi gracias a una recomendación en Instagram, que a su vez venía de otra recomendación. Un juego de espejos que recuerda a otra época, cuando descubrir música era un acto social, una cadena de transmisión entre amigos. Quizá por eso este concierto se sintió tan especial: en un mundo en el que todo está a un clic de distancia, llegar hasta aquí parecía requerir un pequeño viaje personal y musical.
La Sala Villanos estaba llena pasadas las ocho de la noche. El formato era mínimo: Benjamin Ventura al piano de cola y Giorgio Poi con guitarra acústica. Nada más. Un concierto íntimo, casi de salón, en el que el italiano era la lengua dominante, por no decir la única. Primera visita a España y primer encuentro con un público que lo esperaba con ganas.
Venía con Schegge, su nuevo disco publicado en la primavera de 2025, ya considerado uno de los mejores trabajos de la escena independiente italiana de este año. Giorgio Poi demuestra en él lo que distingue a los grandes compositores: la capacidad de absorber influencias y devolverlas convertidas en algo propio. Suena a la tradición melódica de los cantautores italianos, pero con aire renovado, con arreglos de bedroom pop y capas atmosféricas que recuerdan, por momentos, a Mac DeMarco. Editado por Bomba Dischi (distribuido por Sony Music) y producido bajo la mirada atenta de Laurent Brancowitzde FénixSchegge es un pop refinado que confirma a Giorgio Poi como una de las voces más interesantes de su generación.
Dieciséis canciones, poco más de una hora de espectáculo y un público convertido en comunidad: ese fue el resultado de un concierto que se situó, para mí, entre los más cercanos que he tenido el placer de presenciar este año. La mejor analogía sería como ser invitado a un guateque en el que no conoces a nadie, pero desde el primer momento te sientes arropado y escuchado. Giorgio era el anfitrión perfecto, el que más disfrutaba del evento, guiando con naturalidad y llenando de música cada rincón de la sala.
Desde los primeros compases se le veía disfrutar y compartir con Ventura en temas como “I Pomeriggi”, “Nelle tue piscine”, “Uomini contro insetti” o “Acqua Minerale”. La ausencia de su banda habitual, que podría haber dejado el concierto más desnudo musicalmente, aquí se convirtió en un valor añadido: todo reforzaba la complicidad entre artista y público.
Cada canción se cantaba a pulmón, y los asistentes se convirtieron en un tercer miembro de la banda. “Giochi di gambe” y “Solo per gioco”, mis favoritas, lo demostraron: nadie estaba quieto, nadie estaba solo. Y luego estaban los pequeños detalles, los que tejen el hilo conductor de un concierto como este. Durante “La musica italiana”, una de sus piezas más reconocidas, una chica en primera fila compartía el momento por videollamada con un amigo. Más tarde, otra pidió tocar algunas estrofas de “Erica Cuore ad Elica”. Giorgio sonrió, miró a Ventura y dijo: vai. El setlist estaba vivo: estribillos alargados, canciones añadidas, peticiones atendidas… todo parecía un juego compartido.
Cuando se encendieron las luces, nadie se movió. La gente seguía comentando la noche, hablando de las primeras batallas del Erasmus o de qué parte de Italia venían. Y Giorgio, muchos minutos después de abandonar el escenario, volvió a subir por demanda de los asistentes para tocar en acústico “Niente Di Strano” y “Il Tuo Vestito Bianco”.
En conciertos como el de la Sala Villanos se ve claramente qué hace que la música siga siendo un vehículo propio: Giorgio Poi no era solo el artista; era el catalizador de un grupo que se reconectaba con su propia música. Que la música encuentre lugares así es realmente bonito. Ojalá, si algún día estoy lejos de casa, pueda encontrar algo que me recuerde a mi hogar en una sala de conciertos. Ese gesto es el mismo que mantiene viva la escena independiente fuera de los circuitos dominantes.
Y volvemos al principio: lo más valioso no es solo disfrutar de un buen disco, sino constatar que aún existen caminos fuera de los grandes mercados anglosajones. Encontrar música por recomendaciones, por cruces culturales inesperados, por insistencia de quienes buscan más allá de los márgenes, es raro y hermoso. Es un recordatorio de que, pese a las fronteras invisibles que imponen las plataformas, siempre hay un espacio donde la música puede conectar, trascender y crear comunidad. Y así, en salas como la Villanos, la música italiana deja de estar tan lejos; vuelve a ocupar un lugar en nuestros corazones, aunque sea el de unos pocos, recordándonos que las fronteras culturales son líneas que deberíamos desdibujar. Haz más caso a tu amigo y menos al algoritmo.
Fotos Giorgio Poi: Víctor Terrazas