Existía cierta curiosidad entre el público por ver cómo Mala Rodríguez iba a ejecutar en Madrid el vigésimo quinto aniversario de ese clásico del hip hop de origen que es Lujo Ibérico. En un mundo donde la sorpresa está condenada casi al infortunio, la mayoría de los fieles de la andaluza podían intuir por dónde iban a ir los tiros. María Rodríguez de lo había celebrado en el Palau barcelonés con la receta de la orquesta, si bien en su recital en el Teatro Eslava se redujo algo el número de efectivos, aunque eso no se tomaría como un apercibimiento en el resultado.
No hizo falta esperar mucho más para comenzar por todo lo alto. “Tengo un trato” descargó la primera energía de la noche, aun a riesgo de saber que su gran éxito podría disparar una expectativa segura demasiado pronto. Contrario a esa posibilidad, Mala Rodríguez marcó territorio rápidamente y se ganó a su público de primeras e incluso reclamó la presencia de una de sus seguidoras sobre el escenario para apuntar ese “Yo marco el minuto” de ecos funk.
No hacía falta mucho más tiempo para saber que la orquestación y los arreglos iban a tener un papel predominante, casi al uso de una producción del directo. Pizzicatos en la sección de cuerdas introdujeron “Especias y especies”, tema con el que proseguían las muestras del disco homenajeado, y que se plegaban a un entorno de corte jazzístico que también cubrió los siguientes minutos. Ese salto cayó de pie y permitió aproximarse posteriormente a “Por la noche” desde una interpretación más cercana a la ortodoxia de ese hip hop añejo que vería su punto álgido cuando Miel saltó al escenario para recordar con “Con diez o con veinte” a Jota Mayúscula.
En ese vaivén de esencias, apareció un forma íntimo e intimista. La jerezana se hizo acompañar de Ismael Heredia para delimitar un entorno especial. “La niña” abrió ese sentimiento que nace de dentro y que al mismo tiempo comulga con un público que no cesa de corear, antes de regresar a la efeméride con “Con los ojos de engañá” y cumpliendo cierto alejamiento de la heterodoxia que rigió la velada. El público, igual de heterodoxo, no cejó en su empeño de comunión, llegando a no dejar cantar sin antes mostrar al unísono su devoción con “La cocinera”, aunque también sobrepasase el mínimo requerido para afrontar el momento más delicado con el trasfondo del solo de Heredia y la demostración del amplio rango vocal de La Mala.
“En mi ciudad hace caló” imprimió otro ritmo, más certero y funk, donde los arreglos de cuerda remarcaron la esencia del recital sin eclipsar su esencia más hip hop —de eso se trataba con Lujo Ibérico—, a la que sin duda contribuyó la irrupción de Sara Socas. Ese camino lo transitaron también, y de manera obligada, “Quién manda” o “No van”, cortes que devolvieron toda la esencia original y protagonismo a las bases y la percusión. Eso sí, por mucho que insistiera la congregación, Mala Rodríguez no pudo regalar la demandada “33”, pero, a cambio, obsequió una “El gallo” en clave latina, orquestada, divertida, bailable y bailando, personal y, en definitiva, una muestra irremediable del cóctel sonoro y anguloso con el que se brindó.
Fotos Mala Rodríguez: Álvaro de Benito
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